miércoles, 19 de septiembre de 2012

La insipidez.

“Elogio de lo insípido” (14-02-03)

(Siruela, 1998)
La insipidez está en el punto de partida del valor de lo neutro.
Lo neutro. Sin estilo. Contra el estilo, después de la destrucción. Cerca de la reconstrucción, en el origen que hay después del vacío, de la negación, del silencio, de la nada. Después o en su inmediatez.
La insipidez se resiste a la caracterización, quiere pasar desapercibida (lo invisible que palpita).
La insipidez del centro es lo más difícil de apreciar (en el tao).
La insipidez en la cultura china se reconoce como la cualidad del centro, de la base.
A través del arte, lo insípido se convierte en experiencia.
Barthes, en China, descubrió la ausencia de signos, la suspensión de nuestra avidez de sentido. China es apacible, dice, China es prosa.
La insipidez nos aleja de la teoría. Detenidos en la esfera de la experiencia sensible, la insipidez es concreta aunque sea discreta. Se puede expresar en un paisaje. (Paisaje de N. Zan de 1339).
La insipidez es desapego.
La realidad es lo que, en su plenitud y su renovación infinitas, se manifiesta ante nosotros de manera insípida y desabrida.
Cuando ningún sabor se destaca, el saboreo es tanto más intenso por cuanto no puede ser asignado y se abre a la transformación.
El sabio saborea el desabor (lo insípido) así como actúa sin actuar y se ocupa de la desocupación.
El sabor nos ata, la insipidez nos desata.
La interioridad capaz de captar la insipidez del mundo recobra, en ese mismo momento, la quietud y la serenidad, y evoluciona libremente en él.
La insipidez es el fondo indiferente de todas las diferencias (epojé?).
Sólo la preferencia es fuente de desorden, sólo el favor es culpable. Ambos oscurecen la transparencia de los procesos naturales y trastornan la justa asignación de las cosas.
El vacío, la tranquilidad, la indiferencia, la insensibilidad o el no actuar, la insipidez-desapego, caracteriza el fundamento de la realidad y sirve de asiento a cualquier existencia.
El desapego es la vía por donde adviene lo espontáneo.
La filosofía taoista carece de ontología, sólo se fija en la coherencia inherente a todo cambio.
La virtud del sabio está en no dejarse trabar jamás, en permanecer en una posición central (desapegada) que favorece la capacidad de hacer acontecer. (pag. 41).
El centro no es la mediocridad ni la medianía Aristotélica (Nicomaco). Es la virtud banal que se sitúa en aquello por lo que todo se realiza pero que nunca se ve.
Del verdadero sabio no hay nada que relatar (nada que alabar) porque todo lo que es llamativo es ilusorio.
El sabio se complace permaneciendo en la sombra. No quiere brillar. Lo inagotable es simple y uniforme. Y auténtico. “Para ir lejos hay que partir de cerca”.
El trato del hombre de bien es insípido como el agua, el del hombre vil es agradable al gusto, como vino nuevo.
Sólo la insipidez asigna una perfecta polivalencia del carácter que permite al individuo responder a la vez a todos los aspectos de la situación y adaptarse sin trabas a su evolución.
La inteligencia, como audición-perspicacia, resulta de un acuerdo entre el oído y la vista, de una correspondencia entre el interior y el exterior, de una armonización del yin y el yang.
El sabio sabe prestar oído al silencio y, en este estado, percibe la armonía.
En el ámbito visual, la “gran representación” carece de forma particular. Lo sin forma o lo sin sonido tienen capacidad para comunicar con cualquier cosa y llegar a todas partes.
La insipidez está en la renuncia a la expresión clamorosa.
La gran armonía (perfecta) no puede existir sino en una fase anterior a cualquier actualización o, si no, posterior a ésta, por retorno a lo indiferenciado.
Cuanto menos se dice (cuanto más se contiene el decir) más se expresa la insipidez; al eclipsarse, la palabra se vuelve capaz de decir (relación con Blanchot).
Una brisa ligera lleva los cantos al vacío, la melodía se enrosca por sí misma alrededor de las nubes que pasan, y vuela.
Blanchot (citado por Heidegger) compara los poemas que emergen del ruidoso ámbito del lenguaje no poético con una campana que pende al aire libre y que la nieve ligera, al caer sobre ella, basta para hacerla vibrar.
     
La insipidez crea la distancia, reduce la capacidad de afecto, depura nuestras impresiones.
El espíritu en reposo, sonidos insípidos: ya no hay pasado ni presente.
La literatura insípida y desabrida surge cuando la reflexión abstracta se antepone a la expresión literaria.
La insipidez aparece en el límite de lo sensible, a la entrada de lo invisible.
La insipidez es “cierto mundo” en el que hay que entrar. Su estación es el otoño ya avanzado, cuando caen las flores de los crisantemos alcanzadas por la escarcha; los últimos colores del año se difuminan, y este deslizamiento se realiza espontáneo, por simple retirada.
La lógica del retorno puede ser recogida sin significados superfluos o interpretaciones patéticas. Cualquier palabra sobra.
Después de la animación vehemente, debida a la profusión de nuevas fuerzas ávidas de manifestarse, llega el tiempo en que esas fuerzas se depuran y se interiorizan: el que la insipidez venga después, por superación de la exuberancia previa, garantiza la insipidez en su plenitud y la opone a la facilidad y a la inconsciencia. Para los chinos, la emoción es una reacción a la incitación de fuera que nos conmueve interiormente (también para los occidentales).
La insipidez es una ascesis.
Al advertir que la razón de las cosas consiste en la llaneza y la insipidez, de la noche a la mañana, se halla uno en la Luz Extensa.
El lector (insípido) del poema (situado en la epojé) no descifra su sentido, sólo integra en sí una materialidad que inicialmente le es exterior, que ejerce su influencia por impregnación progresiva, lenta y difusa.
*
El arte del saboreo consiste en saber detenerse a tiempo para dejar que se desprendan los demás valores.
Hay un más allá del sabor, cuando este se prolonga, liberado ya del puro impacto sensitivo que no deja de ser más que eso. El contacto con el sabor sólo representa en sí el grado cero de la experiencia verdadera y ésta, es tanto más fecunda por cuanto se despliega a través de una relativa ausencia (al dejar de comer). Esto parece ser el ideal chino de la escritura poética: Que sea próxima sin ser superficial, que se expanda a lo lejos sin límites. Sólo hay excelencia más allá de la resonancia.

El autor:
François Jullien, nacido el 2 de junio de 1951 en Embrun, Los Alpes.
Es un sociólogo y filósofo francés.


Sus obras:


Fundar la moral, Taurus, 1997.
Elogio de lo ínsipido: a partir de la estética y del pensamiento chino, Siruela, 1998.
Tao te king: libro del curso y de la virtud, Siruela, 1998.
Tratado de la eficacia, Siruela, 1999.
La propensión de las cosas: para una historia de la eficacia en China, Anthropos, 2000.
Un sabio no tiene ideas o el otro de la filosofía, Siruela, 2001.
De la esencia o de lo desnudo, Alpha decay, 2004.
Del tiempo: elementos de una filosofía de vivir, Arena libros, 2005.
La China da que pensar, Anthropos, 2005.
Nutrir la vida, Katz, 2007.
La gran imagen no tiene forma, Alpha decay, 2008.
La sombra en el cuadrado: del mal o de lo negativo, Arena libros, 2009.
La urdimbre y la trama: lo canónico, lo imaginario y el orden del texto en China, Katz, 2009.
Las transformaciones silenciosas, Bellaterra, 2010.
De lo universal, de lo uniforme, de lo común y del diálogo entre las culturas, Siruela, 2010


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