martes, 26 de julio de 2011

Día de los abuelos.



El abuelo

El abuelo un día cuando era muy joven
allá en su Galicia
miró el horizonte y pensó que otra senda
tal vez existía
Y al viento del Norte que era un viejo amigo
le habló de su prisa
le mostró sus manos que mansas y fuertes
estaban vacías
Y el viento le dijo:
"Construye tu vida detrás de los mares,
allende Galicia"
Y el abuelo un día, en un viejo barco
se marchó de España
El abuelo un día, como tantos otros
con tanta esperanza
La imagen querida de su vieja aldea
y de sus montañas
se llevó grabada muy dentro del alma
cuando el viejo barco
lo alejó de España

Y el abuelo un día subió a la carreta
de subir la vida
empuñó el arado, abonó la tierra
y el tiempo corría
Y luchó sereno por plantar el árbol
que tanto quería
Y el abuelo un día, lloró bajo el árbol
que al fin florecía
Lloró de alegría cuando vio sus manos
que un poco más viejas
no estaban vacías
Y el abuelo entonces cuando yo era niño
me hablaba de España
del viento del Norte, de la vieja aldea
y de sus montañas
Le gustaba tanto recordar las cosas
que llevó grabadas muy dentro del alma
que a veces callado, sin decir palabra
me hablaba de España

Y el abuelo un día cuando era muy viejo
allende Galicia
me tomó la mano y yo me di cuenta
que ya se moría
Y entonces me dijo, con muy pocas fuerzas
y con menos prisa:
"Prométeme hijo que a la vieja aldea
irás algún día
Y al viento del Norte dirás que su amigo
a una nueva tierra, le entregó la vida"

Y el abuelo un día se quedó dormido
sin volver a España
El abuelo un día, como tantos otros
con tanta esperanza
Y al tiempo al abuelo, lo vi en las aldeas
lo vi en las montañas
y en cada leyenda, por todas las sendas
que anduve de España
Alberto Cortez

El abuelo, 

Esta mujer angélica de ojos septentrionales,
que vive atenta al ritmo de su sangre europea,
ignora que lo hondo de ese ritmo golpea
un negro al parche duro de roncos atabales.

Bajo la línea escueta de su nariz aguda,
la boca, en fino trazo, traza una raya breve,
y no hay cuervo que manche la solitaria nieve
de su carne, que fulge temblorosa y desnuda.

¡Ah, mi señora! Mírate las venas misteriosas;
boga en el agua viva que allá dentro te fluye,
y ve pasando lirios, nelumbios, lotos, rosas;

que ya verás, inquieta, junto a la fresca orilla
la dulce sombra oscura del abuelo que huye,
el que rizó por siempre tu cabeza amarilla.

                                                            Nicolás Guillén.




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