lunes, 7 de junio de 2021

Bibliografía de José Iglesias Benítez: "Trajano visita Augusta Emérita" (Poema)

 Poemas dedicados:
Fantasía emeritense para Félix Malfeito.

Del poemario:
"Clamor de la Memoria"
Madrid, 1998.
Ed. Beturia.
pp (24-28)





Autor:
José Iglesias Benítez.

I

El Anas acaricia el lento tajamares
verdecidos de sombras donde se irisa el musgo.
Los sillares desnudan el fulgor de la historia
y reposan las náyades su inocencia en el agua.
Las adelfas levantan las nieves de sus cimas
o inclinan, pudorosas, sus tímidos carmines
hacía un vuelo de peces de plata espejeante.
Dafne, la blanca niña, se duerme en los laureles
y Apolo la contempla al paso de su cuádriga
sintiendo la ternura que le alienta en los muslos.

Arriba, en el Palatium el pretor se conmueve:
ya todo está dispuesto. La Lusitania espera
a Trajano, el divino. el Máximo Pontífice
que en música de voces y redobles de tímpanos
se acerca en un revuelo de penachos y brillos
de armas y armaduras. Corceles de amplios belfos
piafando bajo el polvo del camino de Hisispalis
preludian dos cohortes de guardia pretoriana.

Ya está todo dispuesto. Las vestales aguardan
a los pies de la diosa, preparada la ofrenda:
dos tórtolas nevadas y la emoción más pura
temblando en las pupilas. El foro hace en mármoles
sus galas más recientes y cien muchachas púberes
aprestan un pasillo de palmas y sonrisas.
La multitud se agolpa pidiendo pan y circo
y claman la ventura que Ceres les depara:
el hijo predilecto de Nerva, el bien nacido
Trajano de alta estirpe, primero entre los cónsules, 
vencedor de la Dacia, de poderoso brazo
y lengua rumorosa, ya sube a la tribuna.
El oro en los ribetes de su manto refulge
y el pueblo estalla en vítores. Emérita se inflama.

(A la tarde habrá fiesta, tragedia en el teatro
y en la arena tragedia: cuarenta gladiadores
trocarán con las armas su vida por la gloria:
el laurel o la muerte. Mañana la naumaquia
coronara el festejo. Imperator donavit.)

Alza su mano al viento y el silencio se expande.

Un muchacho levanta un cestillo con rosas
y dos panes dorados... en los ojos la súplica:
-Señor, mi padre es pobre, esclavo hasta ayer mismo; 
hoy liberto y enfermo, te pide que le aceptes
la humildad de estos panes y el color de este ramo.
Te ruega que intercedas por él ante los dioses.
Señor, mi padre muere. Que los Manes lo acojan.

Y una tristeza ronca bate bate sus alas negras
en los ojos del niño. Dos lágrimas azules
perfilan un quebrado derrumbe de trigales
y un jilguero agoniza en la hondura del pecho.
Trajano ha enmudecido. La mirada de agua
del muchacho le inunda su corazón de roble.
Una sombra le ciñe la voz como una clámide:

-Hoy comeré esos planes y ofreceré a Plutón
las rosas que me entregas y dos narcisos blancos...
Ordeno que se inmolen dos toros de piel negra
y su sangre se brinde al dios de los infiernos.
Y a Proserpina noble, cuatro corderos sanos
y miel y vino rojo...Acepta estas monedas...
y si tu padre mueres, que un denario de plata
lleve a Caronte en óbolo...Que la tierra lo guarde
y los Campos Elíseos le den descanso eterno...
Y tú, vuelve mañana. Cuando Apolo detenga
su carrera en el cielo, saldremos hacía Roma...
Y tu vendrás conmigo. Quien ama así a su padre
merece mas fortuna.

                                         --Señor, mi vida en tuya
y marcharé contigo... Permíteme quedarme.
Yo soy de Lusitania. Emérita es mi vida.
Yo soy pobre, Señor, no tengo nada, sólo
la tierra de mis muertos y el honor de mi adre.
Mi tierra y mis raíces...
                                          Señor...
                                                        Permíteme quedarme.



II

Apolo está guardando su carro en occidente.
El cielo viste en púrpuras y el Anas cubre en fuegos
la piel de sus azogues. La orilla es oleaje
de palmas y y de ramas de olivos de mirtos
ondeando un tributo de de lealtades y entregas.

El Mejor de los Príncipes, sobre un caballo negro,
se aleja pensativo, del pueblo que lo aclama.

Un muchacho se pierde buscando ya las sombras
tras la arcadas dobles de la puerta que aún cruzan
los últimos del séquito. El oro agonizante
del sol en las almenas le deja un fondo tibio
de nostalgia en los ojos: "Vendrás conmigo a Roma...
quien ama así a su padre merece mejor fortuna"

Y el muchacho se pierde decumanus adentro
soñando en otra vida que pudiera haber sido.
Mañana de su padre serán las honras fúnebres:
jamás esclavo alguno fue digno de tal gloria.

En un jardín desierto ha cortado unas flores.
Coloca un ramillete a las puertas del templo
del Divino Imperator, mas reserva una rosa
y entre los pies de bronce del Genio emeritense
la deja desmayada con una ofrenda muda:
"Emérita es mi vida, 
                                     Señor,
                                                    Emérita es mi vida..."


III

Hoy ya de aquella historia que acaso nunca fuera
sólo las viejas piedras, en la gracia del vuelo
de un arco bajo azules de profundos celajes
conservan el recuerdo ardido de nostalgias: 
los mármoles, los bronces , los nobles capiteles, 
se fueron en el tiempo...
                                              De las glorias marchitas, 
sólo las desnudeces de un templo de un templo al Imperator,

perdido ya el estuco, en su grandeza rota,
nos hablan de otros soles en su mudo lenguaje.

Los viejos acueductos, deshechas sus arcadas,
coronan en cigüeñas dos mil años de lumbre
y de agua entretejidos...
                                              En la spina del circo
la soledad anida...
                              
                                   Y en el anfiteatro
las piedras desgastadas enmudecen olores
de sangre y de nobleza, de fuerza y desvarío...

Sólo Ceres presume, matrona lusitana,
la scena del teatro, los miedos incontables
del hombre frente al fatum, las luchas luminosas
para vencer del tiempo las iras del destino.

Y en estuche hondo de las melancolías
se guardan los togados de dignísimo porte,
las laudas, los retratos..., nombres solo, rostros
para llenar de alma las calles que anduvieron; 
los esplendores vítreos de mosaicos que ornaron
estancias, aposentos pletóricos de vida;
la dulcedumbre lenta de horas y de amores,
borrados hoy de años y desprecios. Borrados
de la memoria gris en sucesión de olvidos.

No son piedras las piedras. Son venas, corazones
palpitantes ayer, y ahora resurrectos,
con sangre nueva laten, que Mérida está viva.

Un muchacho que pasa asume mi nostalgia.
los ojos de mi asombro, del arco sobre el foro
calcula el vuelo grave y me dice sonriendo:
"Emérita es mi vida, 
                                     Señor,
                                                   Emérita es mi vida."



(BE-1959)





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