En 1951 Carolina Coronado la volvemos a ver, por segunda vez, en Madrid.
Está llegando a la cima de su carrera. La familia se instala en pleno corazón de la capital de la nación, en la calle de Alcalá, muy cerca de la Puerta del Sol. Vuelve a tomar contacto con el mundo político-cultural del momento.
En 1952 termina una de sus novelas desaparecidas, "Luz del Tajo".
En los años sesenta se desarrollan algunos acontecimientos políticos como la Guerra Civil de Estados Unidos, la abolición de la esclavitud en Cuba y los vaivenes políticos en España.
Desolada por tantos desastres, tantas incertidumbres, tanta incomprensión, la familia se traslada a Portugal y residen en Lisboa, donde terminan pasando algunos apuros económicos.
Carolina nos deja para siempre el 11 de enero de 1911 en la capital portuguesa.
Badajoz le llora, Botoa y el Gévora han perdido el ser más querido, a estos, a los que la poeta que más adoraba. No solo se ama a las personas, también a las cosas, a los valles, a las montañas, a los ríos, a las dehesas, a los campos en flor, a la primavera...
"Una corona no, dadme una rama",
(Poema, 1889)
Una corona, no, dadme una rama
de la adelfa del Gévora querido,
y mi genio, si hay genio, habrá obtenido
un galardón más grato que la fama.
No importa al porvenir cómo se llama
la que al mundo decís que dio al olvido;
de mi patria en el alma está escondido
ese nombre, que aún vive, sufre y ama.
Os oigo desde aquí, desde aquí os veo,
y de vosotros hablo con las olas,
que me dicen con lenguas españolas
vuestro afán, vuestra fe, vuestro deseo,
y siento que mi espíritu es mas fuerte
en esta vida que os parece muerte.
Carolina Coronado en 1910, antes de morir y cerca de cumplir
los noventa años, nos deja este poema inconcluso y sin título:
¡...!
Quejarse es protestar; la pena es muda
cuando oprime con ruda persistencia;
sólo el silencio al desgraciado escuda
para ocultar al mundo su existencia.
Silencio el infortunio necesita
para templar su natural encono
y mejor que el consuelo que le invita
sufre el ser humano su abandono.
Si veis que aún vivo y de mi larga vida
conservo el hilo por seguir viviendo,
no es que a vivir el goce me convida,
pues es más goce descansar muriendo.
Es que cumplo la ley de mi destino,
dócil, sumisa al que gobierna el alma
sin que el dolor cruel en mi camino
logre irritar mi resignada calma.
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Se refugia el espíritu en la nada
cual si a extinguirse fuera nuestro aliento,
y en el vago no ser, desorientada,
cesa la criatura el sufrimiento.
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