lunes, 23 de septiembre de 2019

Siruela y sus fiestas de los toros. "Un día después"


Queda el vacío, nos oprime la nostalgia.


Un día después de las fiestas patronales todo volvía a su normalidad, los vecinos del pueblo regresan a sus tareas habituales, que suele ser el ganado y otros menesteres menores. Los que concurrieron viniendo de fuera (Madrid, Barcelona y de otros lugares), también regresan o están a punto de hacerlo.

Salimos por la mañana a darnos un paseo, y en el camino nos detenemos en la plaza de toros que tiene sus puertas abiertas. Observamos como aún no han sido desmantelados el recinto de los remolques y los entablados. Alguno de ellos, por cierto, si han dejado su hueco libre. 


La plaza presenta una acuciante soledad, nada toma movimiento en ella, igual que imaginarte al abrir las puertas de un teatro cerrado, tan solo encuentras las gradas o filas de los asientos y el escenario totalmente vacío y en un silencio ancestral, esperando al público y a los actores.

Tan solo el viento cuando ruge silbante hace que se escuchen quejidos misteriosos allí por donde pasa, debido al roce con algún obstáculo que se ha interpuesto en su paso.

Te das cuenta de inmediato que estás solo frente a un espectáculo desolado y triste, sin vida, fantasmagórico. Estás contigo mismo y divagando con los propios pensamientos, evocando constantemente la misma pregunta. ¿qué hago yo aquí?

Un lugar que hace poco estallaba de alborozo, de voces, de griterío, de sonidos dispares, de música por megafonía, todo en constante movimiento.

Cientos de ojos que se miran tratando de encontrarse con otros que a la vez te miran cruzándose con los tuyos. Algunos amistosos, otros ansiosos, intrigantes. Los que te proporcionan una grata sorpresa y alegría cuando reconoces a un amigo que hace mucho que no ves. O cuando conoces alguna otra persona que no sabes quién es y resulta ser un familiar, llenando en ese momento un rincón de tu corazón, ese hueco que parece haber estado esperando siempre. Ojos misteriosos o llenos de pasiones amorosas y aquellos totalmente desconocidos; en general todos con ese mismo misterio que guardan y encierran, ya sabrán qué...

Pero... ahora todo ha quedado diluido en el silencio.


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Se nos embarga el corazón porque todo sentimiento fuerza a hacerlo. Seguimos nuestro recorrido y ya por la tarde, en otro corto caminar, nos volvemos a detener. Las puertas del recinto siguen abiertas como en un continuo compás de espera.

La tarde que va venciendo amenaza con negros nubarrones, pero aun así aguantamos esa llovizna de la que parece esfumarse a momentos y reapareciendo en otros. Casi empujamos cansinamente nuestro cuerpo a seguir.

Ya todo en el recinto taurino ha sido desalojado como por ensalmo, tan solo en un rincón hay un carro pequeño, de los pocos que ya se ven, pues parece esperar a su dueño, al igual que un perrito cuando queda abandonado.


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Nos volvemos a plantar en la entrada de la plaza de toros, como reptando al tiempo, buscando volver a reencontrarnos con nuestro espíritu y con el de otros muchos más que durante estos tres días se han mezclado allí dentro. Y allí parecen haberse quedado, quizás esperando al próximo año para volver a compartir otras felices tardes taurinas.

Otra vez el silencio y la soledad. La languidez de la tarde que se va yendo hace el instante más nostálgico y melancólico con esa última mirada a la plaza. Cada minuto que pasa la visión del día va disminuyendo y el manto de la noche comienza a cubrirlo todo.

¿Pero... que nos ocurre? Es como si un árbol hubiera plantado sus raíces. Todo se va esfumando. Los ojos se nos han empañado, tal vez de sentimientos, o de la llovizna caída que ha resbalado por la frente.

Se nota la pesadez en los pies que cuesta aligerarlos y la fatiga en la mirada por la tristeza que cuesta apartarla de ese paisaje muerto. Fuera no vemos a gente alguna, los alrededores están desiertos, ni tan siquiera el paseo acoge a nadie, donde otras veces te has parado a saludar y conversar.

¡Todo parece tan enigmático!

Todo se desvanece. Nos marchamos con el alma comprimida, en ese compromiso obligado de partir para evitar que una lluvia más intensa pueda mojarnos en el camino de vuelta...


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Algunas fotos de las fiesta de toros de los años 60 en el pueblo de Siruela.
(Extraídas de Internet)


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