Autor:
Feliciano Correa
Diario “Hoy”, Lunes, 2 noviembre 2020
Hace ahora un año, el 25 de octubre de 2019, se presentaba mi obra Espuelas
hoces y cuchillas en el Hogar Extremeño de Gran Vía. En la mesa estaban
Enrique Sánchez de León, José Miguel de Mayorazgo, y yo. Presidiendo,
nuestro anfitrión José Iglesias Benítez. Nos acompañaban otros
compañeros académicos, Miguel del Barco, José Julián Barriga y el cronista
decano de Madrid, Enrique de Aguinaga, con sus fecundos 97 años. Al
retratar ahora aquellos momentos, y otros actos culturales, la figura de Pepe
Iglesias adquiere una dimensión excepcional. A los astros del firmamento,
tan inalcanzables, cuando los observamos con serenidad, con ser en su
misterios tan sobrecogedores, parecen adquirir más grandeza con nuestra
atención.
Así nos pasa ahora con Pepe. Se nos despiertan en las bodegas del
alma sensaciones sin nombre, que nos hacen comprender la verdadera estatura
del personaje. Cercano en la amistad, albergo muchos recuerdos de nuestras
muy largas relaciones. Vive en mí aquella excursión al Jerez de mis amores,
donde disfrutamos horas de hermandad y cultura. Estuvo con Alejandro
García Galán, en el parlamento de Mérida el día 20 de octubre de 2017,
cuando pronuncié mi conferencia en el homenaje a Jaime de Jaraíz. El insigne
pintor, tan entrañable de él, hablaba con ternura admirable de Pepe.
Y lo hacía
con aquel sesgo suyo de pastor lusitano que lo traslucía tanto en sus diálogos
como en sus bodegones, colocando ese toque al que nunca renunció.
Suele decirse que nadie es insustituible. Es sin duda una frase de consolación
que se emplea con la intención de aportar al dolor unas dosis de caridad
convenida. Pero sabemos que, en algunos casos, el relevo, aunque es una ley
de vida, no tiene piezas de repuesto cuando se quiebra un perfecto original de
fábrica.
Él se nos ha escapado sin darnos tiempo a digerir el escozor
ardiente. Como ocurría cuando recitaba sus poemas, porque también nos
faltaba «ese luego sereno», para procesar la belleza que nos había transmitido.
Su honestidad logró siempre atarnos a él con nudos de hermandad, como
con acierto Vicente Sánchez Cano hizo figurar en la corona de los amigos. Por
eso hemos vivido con vendas cegadoras, por atender solo a la esperanza, sin
querer aceptar ese latigazo final tan dolido...
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