Autor;
Manuel Pecellín Lancharro
Natural de Garlitos (1953) y residente en Madrid desde temprana edad, a Laura Olalla, que ya había obtenido otros premios literarios notables, se le concedió el Ciudad de Mérida 2000 por su poemario Laberinto de agua. Suyos son también Estirpe de gacela y En un rincón cualquiera de la casa. Con Fugitivas del mar, libro que prologa generosamente Emilio Porta y lleva un epílogo de José Iglesias Benítez, Olwid (según gusta firmar los cuadros, pues no le es ajena el arte de la pintura) insiste en sus temas habituales: evocaciones de una infancia con la poderosa figura materna, el mar como símbolo multisignificante, la dulce melancolía y, sobre todo, el culto a la palabra.
Es sin duda esa pasión por el lenguaje poético, insistentemente requerido, lo que distingue la obra. Compuesta en versos blancos y libres, casi todos de arte mayor, se inicia y acaba con sendos apuntes en prosa . Tanto en estos como en los poemas todos Olalla consigue hermosas imágenes, dada su bien perceptible capacidad para las metáforas: “se despeina la noche con su azote de viento” (p. 22); “… un preciso enjambre de abejas/me acorrala el tiempo en su secreto” (p. 27); “cansadas hojas/yacen en el umbral de un viejo lienzo” (p. 30); “herida la palabra/bajo redes de miedo que mutilan los labios” (p. 36) podrían ser algunos ejemplos.
En ocasiones, el vendaval lingüístico resulta abrumador y a uno se le ocurre, como a Mairena, recordar que, por encima de los eventos consuetudinarios que suceden en la rúa, sería preferible optar por el simple lo que sucede en la calle.
Olalla Olwid abraza con ternura los trasgos que le han tocado en suerte, dándole amoroso cobijo a tantas fugitivas sombras, según cantara el clásico en inolvidable soneto. Compartiéndolas, el lector agradece que se le facilite así identificar, acaso dar el nombre exacto, a los de cada uno.
Laura Olalla, Fugitivas del mar. Madrid, Pigmalión/Beturia, 2013.
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