A la Palma (Poema)
de Carolina Coronado
Alza gallarda tu elevada frente,
hija del suelo ardiente,
y al recio soplo de aquilón mecida,
de mil hojas dorada,
de majestad ornada,
descuella ufana sobre el tallo erguida;
Y arrojando tu sombra allá a lo lejos,
del sol a los reflejos,
al árabe sediento y fatigado,
desdeñosa levanta
tu bendecida planta
en el desierto triste y abrasado.
Allí horroroso el simoon se ofrece,
y tu cima enrojece.
Vertiendo lumbre que la tierra inflama;
y aparece sangriento
el sol desde su asiento
lanzando ardiente destructora llama.
Y tú, entre nubes de encendida arena
majestosa y serena,
o ya del recio vendaval batida,
elevas tu cimera,
orgullosa palmera,
contando siglos de gloriosa vida.
No las tranquilas aguas dulcemente
arrastran su corriente
bajo el dorado pabellón que ostentas;
que, siempre en el estío,
sin fresco ni rocío,
sólo de arena y fuego te alimentas.
Tú, virgen sacrosanta y peregrina,
de las nubes vecina,
tú su signo le das a la victoria,
y corona esplendente
de tus hojas luciente
al héroe ciñes de radiante gloria;
La corona inmortal, que ciñe el hombre
con glorioso renombre
en derredor de la altanera frente,
porque en gigante vuelo
arrebatado al cielo
bebió en la sacra inspiradora fuente.
La corona inmortal, prenda sagrada
del imbécil hollada,
orgullo y ambición del alma inquieta;
escondido tesoro,
brillante más que el oro,
gloria, entusiasmo y vida del poeta.
¿Qué vale de los reyes la diadema
ante el místico emblema
de la noble ambición, genio y poesía?-
si una hoja solamente
ciñera yo a mi frente
que acallara el afán del alma mía;
Si al entusiasmo que mi mente inspira
alcanzara mi lira
un triunfo de la gloria seductora,
¡Oh palma! hasta las nubes,
más allá do tú subes,
se elevara la voz de tu cantora.
Allí en el trono que el Señor levanta
te viera yo a mi planta;
y de mis sienes deslumbrando el brillo,
contemplara las hojas
que ora te visten rojas,
teñidas débilmente de amarillo.
¡Delirio nada más! Nunca gloriosa
guirnalda esplendorosa
alegrará mis sienes lisonjera,
ni tampoco mi acento
perdido por el viento
podrá elevarse a la celeste esfera.
Guarda tus ramos para el vate augusto
premio a su lira justo,
o a ceremonias santas consagrados,
entre el canto sonoro
de religioso coro,
en el altar del templo colocados.
Guarda tus ramos, virgen soberana,
bella y noble africana,
formando airosos tu lucido manto;
y el ave pasajera
besando tu cimera
te deje un eco de su dulce canto.
Alza gallarda tu cabeza al viento
en blando movimiento,
la corona agitando mal prendida;
y despreciando el brío
del huracán bravío,
descuella ufana sobre el tronco erguida.
Espronceda, nada más leer esta composición de esta desconocida paisana suya, a esta
niña gentil, a este virginal capullo, no quiere dejar pasar esta nueva para él a lo que llama "La música de
la inocencia" a este poema de "A la palma". Así es como celebra este acontecimiento
dedicándole a su paisana, Carolina Coronado, este poema:
"A Carolina Coronado después de leída su composición" (A la palma)
Dicen que tienes trece primaveras
y eres portento de hermosura ya,
y que en tus grandes ojos reverberas
la lumbre de los astros inmortal.
Juro a tus plantas que insensato he sido
de placer en placer corriendo en pos,
cuando en el mismo valle hemos nacido,
niña gentil, para adorarnos, dos.
Torrentes brota de armonía el alma;
hallamos a los bosques a cantar;
denos la sombra tu inocente palma,
y reposo tu virgen soledad.
Más ¡ay perdona! Virginal capullo,
cierra tu cáliz a mi ardiente amor,
que nacimos de un aura al mismo arrullo,
para ser, yo el insecto; tú, la flor.
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