Autor:
José Iglesias Benítez.
Está muriendo Dios sobre el asfalto.
Está muriendo Dios, la tarde arriba,
desde su propia llama consumido.
Un goterón de luz sobre su pecho
de azul reverberante, le ha dejado
una lágrima rota, ensangrentada
y múltiple en cristales y aristas.
Está muriendo Dios acuchillado
por el sol que le brota de la frente.
Abraza la ciudad angustia y miedo.
Envuelve su locura en una atmósfera
de cielo en agonía, traspasado
de rayos y de filos que no pueden
dejar el tiempo suspendido en luces.
Abraza la ciudad su muerte lenta,
este morir de Dios sobre la tarde.
Fantasmas y fantasmas van sin rumbo,
sin Dios, de acera acera, desgastando,
sus sueños y sus pasos, afanándose
en un viento futuro de cenizas.
Lejos de la ciudad hubo una tierra
donde Dios inventó la arquitectura:
catedrales de nieve coronaban
un vuelo de saeta al infinito.
Un paraíso en flor guardó el recuerdo
de aquella albura por el Jerte abajo.
Al sur, el Tiétar dilataba verdes
abriendo a Dios su mano generosa.
El agua pintó puentes, Tajo adentro,
grabando su abolengo por los siglos.
Y la llanura al fin, ardida en oros:
Trujillo y Cáceres de piedra altiva
clamor y sueño de altiplano y quechua.
--Y Guadalupe, recatada, vierte
una razón de amor con un suspiro--.
El Anas, allá abajo, se demora
en historias de imperios y alcazabas...
Y Dios se imaginó la reciedumbre
de encinares, de olivos y alcornoques.
Y soñó con la paz, y estuvo hecha.
Fantasmas y fantasmas van sin rumbo
por la ciudad de Dios, tierra de nadie.
Ya la noche amenaza su negrura
y el corazón intensamente añora.
¿Cómo volver, Señor, hasta tu mano
y quedarme latiendo en su misterio?
¿Cómo volver, Señor, hasta mi tierra...?
Y mientras muere Dios sobre el asfalto
de una ciudad sin rumbo, Extremadura,
inventada por Dios, clama mi nombre.
(BE-1942)