De la revista "La Metáfora", nº 10.
Almendralejo, 2011.
Ed. Asociación Cultural Ventana Literaria.
Páginas, 7, 8 y 9.
El 15 de enero de 1911 abandonaba definitivamente este mundo Carolina Coronado de Perry, que había visto la luz por primera vez en Almendralejo 90 años antes. Escritora fecunda y poetisa sobre todas las cosas y sobre todos los tiempos. Poetisa en vida y en obra, en versos y en vivencias. Decir que estuvo entre las mejores plumas del XIX español, no es descubrir nada nuevo. Pero quizás si sea conveniente dejar claro el compromiso ético y estético que supusieron sus escritos y su propio ejemplo vital. El ideal romántico, con sus aspiraciones de libertad individual, fuera de todo límite, marcó su forma de ver y entender el mundo.
Mujer de ideas avanzadas, participó en los debates políticos de su época. Los ideales que habían costado la vida a su abuelo y privado de libertad a su padre algunos años de su infancia pesaron en la madurez. Su casa fue refugio de liberales y club social para sus reuniones. En más de una ocasión ocultó a los perseguidos, pidió su indulto a los ministros e incluso a la propia reina Isabel II, con quien mantuvo una buena amistad.
La defensa de la mujer y la lucha por dignificar su papel en la sociedad fueron constantes en sus intervenciones públicas. Ella misma se sabe víctima de la desigualdad. En carne propia había sufrido los defectos de una educación sexista que la había preparado para las labores domésticas y sin embargo apenas le habían proporcionado una formación académica adecuada Incluso las lecturas le habían sido escatimadas y debió completar su educación de manera autodidacta, con los libros de una biblioteca familiar, que hay que suponer bien dotada, y aquellos que le aconsejaban sus amigos y admiradores intelectuales.
La publicación de su poema A la Palma supuso un éxito tan rotundo que la crítica alabó a la poetisa de forma unánime y mereció elogios de los mas célebres escritores. Son famosas las estrofas que le dedicaría con este motivo nuestro inmortal Espronceda.
D. Juan Hartzenbusch fue su mentor y consejero. Gracias a el se le abrieron las puertas de la sociedad madrileña y todos los círculos literarios le rindieran a su talento y a su belleza, cuando era aún poco más que una adolescente.
A los 24 años (quizá motivado por la muerte de su primer amor, sufre un episodio de catalepsia, que mueve a confusión. La prensa da cuenta de su fallecimiento y la noticia ocasiona una enorme convulsión en aquellos espíritus románticos. Por todas partes surgen textos de pésame y exaltadas elegías que la lleva a tomar conciencia de su popularidad y se ve impulsada a agradecer tantos desvelos con un poema: A los que lamentaron mi supuesta muerte , la muerta agradecida.
Tras estos sucesos, Madrid. Las publicaciones, las lecturas públicas... De triunfo en triunfo, los salones de moda la reclaman, la más alta aristocracia requiere su presencia y todo sarao que se precie quiere contar con ella.
En 1852, se casa con Horacio Perry, secretario de la embajada norteamericana. Y sigue el ejemplo romántico de su vida: su primer hijo, Carlos Horacio muere muy niño y Carolina no soporta tanto dolor. Se niega a enterrarlo en un cementerio común y consigue que le den sepultura en un nicho de la Colegiata de San Isidro, junto al Santo.
Los años que siguen son convulsos: revoluciones y contrarrevoluciones se suceden y los enfrentamientos entre los liberales y los conservadores continúan hasta la explosión definitiva de "La Gloriosa", la revolución de 1868 que terminará con el reinado de Isabel y su exilio en Francia. Tras el efímero reinado de Amadeo de Saboya, se instala la I República en 1873, y ese año nuestra poetisa, que vive ahora exclusivamente para su familia, retirada de toda actividad literaria, sufre otra pérdida irreparable: su hija Carolina enferma y muere en pocas horas. La escritora está al borde de la locura. Otro episodio de catalepsia la priva del sentido. Nuevamente se niega a un sepelio en cementerio común y el cuerpo de su hija es depositado en un convento de clausura.
Tras este terrible suceso y el cese de Horacio como secretario de la embajada, el matrimonio abandona España y se instala en Lisboa. Lentamente la familia recobra el pulso y los salones de su casa vuelven a llenarse de vida y festejos. Carolina, arropada por su única hija superviviente, Matilde, es otra vez objeto de culto social. Hasta 1891. En este año muere su marido. Obsesionada como está la poetisa ante la muerte, manda embalsamar el cadáver y se traslada con él al palacio de la Mitra, cerca del mar y de la desembocadura del Tajo. En su Capilla instala un túmulo donde quedarán expuestos sus restos durante dos décadas, hasta la muerte de la propia Carolina. Los dos juntos serán trasladados a Badajoz, el 19 de enero de 1911. Ahora se cumple un siglo. ¿Podría darse una vida más romántica?
Hacen bien la Asociación Cultural Ventana Literaria de Almendralejo, Badajoz, y toda Extremadura, recordar hoy a su más grande escritora. La tierra que guarda vocación de permanencia en el corazón de sus hijos tiene que portarse como digna madre. Extremadura le debe a Extremadura este recuerdo. Y Almendralejo, estoy seguro, sabrá ensalzar la memoria de la más ilustre de sus hijas. Desde estas páginas de "La Metáfora" unos ramilletes de palabras rinde homenaje a una mujer avanzada de ideas, nobles ideales y grande en la poesía. Qué la tierra que acogió sus pasos sepa acoger para siempre sus restos. Y los corazones de los hombres le den la eternidad de su obra.
José Iglesias Benítez
(BE-2151)
No hay comentarios:
Publicar un comentario