Autor:
Pablo García Jiménez
José Iglesias Benítez: Revelaciones.
Institución Cultural «El Brocense»
Cáceres, 2007
Revista "Alcántara", nº 69
Pagina, 154
(... anterior)
José Iglesias Benítez pertenece a la segunda manera de evolución; es hijo de la tradición y de la luz, la luz entendida como claridad, diafanidad intuitiva y expositiva. Quienes hemos asistido a las sucesivas entregas de este poeta reconocemos al instante el color de su palabra y la trama de su cadencia. Acaparó
nuestra atención a finales de la década de los 80 con En esta lenta soledad del día. Diez años más tarde, en 1998, ratificó las expectativas con Clamor de la memoria, libro que a mi entender fija el timbre y textura poéticos de José Iglesias en un recuento de voces, nostalgias y homenajes con el denominador común de su Extremadura natal y una depuración notable de la expresión. Precisamente este libro, Clamor de la memoria, se abre con un soneto-pórtico de José Miguel Santiago Castelo donde se traza un retrato, naturalmente lírico, de José Iglesias.
Dice Santiago Castelo con exquisita precisión refiriéndose a nuestro poeta: Ése que tiene la mirada franca/y el pecho hecho un altar de nieve y trigo,/que escribe y al hacerlo llora y canta… Puntual retrato de José Iglesias en la palabra de otro insigne poeta extremeño. En 2005 alcanza la madurez con Ritual de la inocencia donde asistimos a una laica sacralización del desamor, profano ceremonial de encuentros y dejaciones que clausura, como en el teatro, un telón desolador.
Ahora, tras dos años de lucha interior, pensamiento en llamas y fértil silencio, reaparece con un nuevo poemario, Revelaciones, donde nos desvela con nocturnidad y magisterio las fantasmagorías que han herido su mirada en este Madrid proteico de cada día, ciudad de la que nunca más saldrá el poeta, cualquiera que sea la frecuencia con que recurra y crea regresar a su tierra natal. El poeta sabe muy bien que no existe el regreso y que toda patria deviene secundaria desde el mismo momento en que la palabra toma posesión del poeta constituyéndose ella, la palabra, en única patria, en único asidero. Llama a su crónica Revelaciones. Y eso son los poemas de este libro.
Un poemario urbano enteramente traspasado de amor. Tres mensajeros, tres ángeles de la noche prologan con una revelación cada una de las tres geografías en que se divide la obra. Y un último heraldo de ojos profundos como lagos de níquel cancela el libro con una revelación final que es una apología hímnica de los benditos perdedores y, sustantivamente, una exaltación de los ángeles urbanos cuya patria es la noche.
Divide el poeta su libro en tres habitáculos. En el primero, Los inmortales, se refiere a prototipos humanos, metáforas del hombre a pie de calle, elucubradas ya desde el tópico de los hijos de la noche (Hasna, Aullidos, Nada te pido), ya desde la historia como parábola (Justiniano, en presencia de Procopio, evoca a Teodora en un club de carretera) o ya desde la propia ilusión literaria (Álvaro de
Campos y Fernando Pessoa exponen a Ofelia de Queirós las opuestas razones de sus vidas).
En el segundo, Las estancias, se nombran y refieren lugares y escenarios donde finge sus sueños el sujeto pasivo de estas revelaciones: las calles, el metro, el nigh club, el café-jazz. Y el tercero, Las voces, se ocupa de la conversación que no pide presencia, de las breves palabras que la cibernética propaga, de la comunicación de los incomunicados: SMS, escrito en un blog, línea erótica, mensaje en el contestador de Alfonsina Storni.
(sigue...)