Vive, en la primavera de 1845, en Sevilla, en pleno Romanticismo. Conoce a intelectuales como, Serafín Estébañez Calderón, a Bermúdez de Castro y Gabriel García Tassara, entre otros.
Asiste al teatro, viendo representaciones como, "Don Alvao o La Fuerza del Sino" del Duque de Rivas, "Torre de Nestle" de Dumas, "El zapatero y el rey" de Zorrilla, y "El Trovador" de García Gutiérrez...
En este años la joven Carolina se enamora de un joven melancólico y silencioso, de un poeta gentil, que no sabemos, Alberto se llama de nombre y es a quien le dedica poemas tiernos, llenos de romanticismo...
Maurois de Gerge Sand, diría: "Cuando una mujer joven, de hermosos ojos, busca una hermana gemela, la encuentra".
Y, en Badajoz, escribe este extenso y bello poema: "Cantos de una doncella".
"CANTOS DE UNA DONCELLA" mejor que en el cristal en los semblantes la copia miró de belleza tanta reflejada en los ojos anhelantes: paloma, flor, estrella, ángel y santa me apellidan los hombres delirantes, y de santa en el título obstinados quisieron adorarme arrodillados. En blondos rizos la melena mía, en frescas rosas mi redonda cara, en luz brillante, cual la luz del día, de mis pupilas la negrura clara, al contemplarme el bardo se extasía, y si en mi boca por azar repara perlas, corales, ambrosía, flores, agota al ponderarme sus amores. Yo me sonrío y me enamoran ellos: ceñuda miro y con respeto callan, ni el extremo a tocar de mis cabellos osan los que a las fieras avasallan: los cine de gran valor raros destellos a la frente de ejércitos batallan, a mi indignado gesto sometidos bajan sus locos ojos confundidos. Gran majestad, yo levanté mi trono y de vasallos ciento al pueblo mío con regia faz, con soberano tono le señalé por leyes mi albedrío; yo ya sé pronunciar un «os perdono», yo ya sé castigar con mi desvío, porque es mi dignidad un Dios que ciega al que a mirarle irreverente llega. Risueña visto primorosa gala, de flores ciño juvenil corona, la suave esencia que mi cuerpo exhala anuncia por los aires mi persona, ¿quién de mis triunfos el poder iguala? Amor los corazones eslabona que han de sufrir de mi rigor la pena y se extiende a lo lejos su cadena. Vienen al tribunal los tristes reos y al revolver de mis severos ojos yo les hago abjurar sus devaneos cuando aplacar intentan mis enojos; «callen —les digo— penas y deseos y a ése que canta que a mis labios rojos no les llame coral, porque es mentira, pues al juzgarle ve que tiemblan de ira. »Que mis dientes jamás en perlas funda ni por espigas tome mi cabello ni, por hacerme garza, moribunda me deje al retorcer mi recto cuello; que mi sencillo nombre no confunda con el de maga, porque no es más bello, y porque, al fin, si nombre no es judío no es nombre tan cristiano como el mío». Callo, y se aleja la ofendida gente lanzando rencorosa una mirada al tiempo que en saludo reverente inclina la cabeza sofocada; tal hace al sacudirse la serpiente si la cabeza se sintió pisada... La vil serpiente hace morir al hombre, él hace más ¡infama nuestro nombre! II Mas uno vi que fijo y silenciosomis pasos melancólico seguía y que otras veces repentino huía velándose en retiro silencioso; era su hablar sumiso y tembloroso, su mirada dulcísima y sombría y de su canto en la alabanza breve ni él se llamó volcán ni me hizo nieve. Nunca su lloro salta a su mejilla, pero en sus ojos siempre derramado en ardientes vapores exhalado mi cabeza trastorna cuando brilla; al eco solo de mi voz sencilla tiñe su rostro vivo sonrosado, a la sombra no más de un hombre amante de palidez se cubre su semblante. Y no se duele nunca, no se queja; de amor y celos entre sí batalla, pero su lucha, su dolor me calla y enternecido el corazón me deja. ¿Por qué entonces de mí triste se aleja? ¿Por qué entonces mi vista no le halla? ¡No sabe que yo entonces afligida diera por consolarme hasta la vida! Yo que nunca lloré por una ausencia si se tarda en volver prorrumpo en llanto. ¿Por qué yo he de sufrir sus celos tanto que me oculte sin culpa su presencia? ¿Por qué luego si finge indiferencia he de sentir enojo ni quebranto?... ¡Tiempo de libertad y de alegría despareciste para el alma mía! III Nunca mostró más luz el sol de mayo ni más azul apareció la esfera que la mañana en que por vez primera la faz de mi rival miré al soslayo; parece que del sol el vivo rayo trajo más luz que porque su hechizo viera, parece que el azul de aquellos cielos anuncio fue de mis ardientes celos. Yo me miré al cristal y me hallé fea; mi pálida color tristeza daba, mi barba, cual de anciana, retemblaba y dije para mí «que él no me vea». Pero añadí después —«¡que ella me crea muy feliz lejos dél, del que me amaba!...»— Y prendiendo en mi sien una flor bella me puse a sonreír delante de ella. ¡Ay sonrisa más triste que es el llanto, sonrisa más amarga que una queja; sonrisa que cefrada el alma deja, porque nunca el que llora sufre tanto; pues hay quien en tal risa halla un encanto, pues hay quien sonreír nos aconseja... ¡Oh cuán galantes que se muestran ellos! ¡Por que se luzcan nuestros dientes bellos! Eso vio mi rival, mis bellos dientes; al corazón sus ojos no llegaron, por más que sus miradas consultaron mis ojos a su afán indiferente: tampoco vio las lágrimas ardientes que no rompieron, mas mi rostro hincharon: Mi sonrisa, mis flores, mi alegría, eso vio mi rival, no el alma mía. Pero la suya vi; yo vi su orgullo, yo vi su vanidad, yo su contento; claro entendí su lisonjero acento, claro del tierno amante el dulce arrullo; claro de entrambos el feliz murmullo que a mis oídos trasportaba el viento, como de fuego manga abrasadora que la tierra al pasar tala y devora. ¡Lejos de mí placeres de la vida, galas, lisonjas, vanos amadores, yo aborrezco las músicas, las flores, yo quiero llorar sola, oscurecida; quiero esconder mi frente dolorida, cantar en el silencio mis amores, donde ni alumbre el sol ni haya viviente; ¿de qué me sirve el sol, de qué la gente? Con esa misma luz que el sol derrama mira el garzón amante con ternura el rostro de la célica hermosura, del raro serafín que tanto ama: con esa misma luz arde y se inflama viendo entre tanta flor y galanura sus ojos dulces, su redondo cuello, su airoso talle, su contorno bello... ¿Sol? que no tornen a lucir sus rayos jamás, jamás en nuestras horas diurnas. ¿Flores? que arrastren las revueltas urnas del vecino riachuelo hojas y tallos; negros se tornen los colores gayos, cubran la inmensidad sombras nocturnas ¡y llore mi rival mientras yo ría de ver que su beldad no tenga día! IV ¡Mas, ten de mí piedad!... hazme dichosa, dame la calma o quítame la vida, mira que de batalla tan furiosa estoy ya muy cansada, muy rendida; ¡ay, hasta el criminal duerme y reposa, yo sola con el sueño estoy reñida y he menester la paz, descanso, calma, si he de salvar la combatida alma! ¿Qué quieres, ¡ay! de mí?, suene tu acento, y atenta siempre a tu precepto santo suspenderé las notas de mi canto, respiraré en el aura de tu aliento: canta y me alegraré con tu contento, llora, y ansiosa absorberé tu llanto... que yo te seguiré con mis amores cuando cantes, mi bien, y cuando llores. ¿Mi pueril vanidad celos te inspira? Lanza al fuego mis flores y mis lazos; ¿no te placen los cantos de mi tira? Pon en ella los pies y hazla pedazos; ¿a otra más bella tu ambición aspira? Dame la muerte con tus propios brazos: ¡habla, ordena, suspensa, embelesada obedezco a una voz, a una mirada!
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Bendito seas, alberto
(1845)
Aunque serena y callada
a tus suspiros me veas,
no indiferente me creas;
es que el alma enamorada
diciendo está embelesada
Alberto, bendito seas.
Si a responderte no acierto
cuando me vienes hablando,
¿piensas que tu voz no advierto?
pues es que estoy murmurando
con un acento muy blando
bendito seas, Alberto.
Alberto, ¿qué mas deseas
de quien tanto vive amando?
Yo te ruego que me creas,
que aunque callada me veas
estoy entre mí cantando
Alberto, bendito seas.
Muda estoy, fáltame vida;
queda el espiritu muerto,
la mente desvanecida;
pero esta voz repetida
forma en el alma concierto:
¡Bendito seas, Alberto!
Aunque serena y callada
a tus suspiros me veas,
no indiferente me creas;
es que el alma enamorada
diciendo está embelesada
Alberto, bendito seas.
Si a responderte no acierto
cuando me vienes hablando,
¿piensas que tu voz no advierto?
pues es que estoy murmurando
con un acento muy blando
bendito seas, Alberto.
Alberto, ¿qué mas deseas
de quien tanto vive amando?
Yo te ruego que me creas,
que aunque callada me veas
estoy entre mí cantando
Alberto, bendito seas.
Muda estoy, fáltame vida;
queda el espiritu muerto,
la mente desvanecida;
pero esta voz repetida
forma en el alma concierto:
¡Bendito seas, Alberto!
Carolina Coronado.
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