Guadalupe
Fue esa excursión que José Iglesias Benítez y familia realizó con unos amigos en visita por el río Ibor, Guadalupe y las columnatas romanas de Talavera la Vieja o Talaverilla, ubicado junto al dique de la presa de Vadecañas, para terminar, haciendo noche en Peraleda de San Román, en casa de los padres de María Ángeles.
De izquierda a derecha: Mari Carmen,
Eva Morillo (poeta), Ángel Morillo, Marian,
Mari Carmen, Alfonso Caballero Trenado,
José Iglesias Benítez y José Mari.
Guadalupe, 1987.
Esta imagen fue la última de ese día que hicimos. Desde aquí, desde el monasterio de Guadalupe regresamos río Ibor arriba para llegar ya de noche al pueblo donde nació María Ángeles. Era aún invierno el mes de febrero y el frío se notaba cuando caía la tarde, aunque durante el día, lucia el sol y daba gusto tomar contacto con la naturaleza.
Después de encontrar dos botellas de vino de la tierra en Castañar de Ibor, tras no tener éxito en los otros pueblos que nos acercamos. Se ve que escaseaba el vino ese año. Recorrimos río abajo y nos detuvimos a comer junto a la rivera del mismo río. Bien merecía un alto en el camino en busca del monasterio, con ese calor tibio queriendo agradar y el murmullo del agua al caer torrente abajo siguiendo su recorrido y dando frescor.
Allí fue donde nos dejamos olvidada esa botella de vino soterrada junto a la orilla para que tomara frescura, ensimismados viendo las aguas cristalinas saltar sobre las doradas y limadas piedras del cauce y la amena charla mientras comíamos, Pero se ve que solo nos bastó con una de las dos que habíamos adquirido.
En vez de seguir hasta Peraleda de la Mata, nos desviamos a la derecha por otra carretera que se derivaba hacía Peraleda de San Román. Antes de llegar a nuestro destino, pasaba por Carrascalejo, de peores condiciones, aquí se nos hizo casi de noche entera. Pero al subir a lo alto de la montaña pudimos contemplar esa belleza natural de la naturaleza con algunas salpicaduras de luces lejanas en el tardío atardecer y la luz aplacada de la luna. Parecía una visión fantasmagórica de agradable bienestar contemplativa.
Si. Mereció la pena, recorrer ese tramo de carretera local estrecha y con muchas curvas dando esa sensación como si subiéramos al Everest. Y luego conforme bajábamos se fue perdiendo el encanto y al atravesar el pequeño pueblo se produjo otra, el de haber llegado a una localidad fantasma. Sensaciones que parecen irreales pero que quedaron grabadas en la memoria.
-¿Ya hemos llegado? - preguntamos mas que afirmamos. nos parecía raro.
Pero no, no. Los otros dos coches siguieron adelante, se terminaron las luces de la única calle que atravesaba el lugar y volvió a reinar la oscuridad. Fue como una visión momentánea. Que largo se nos hizo ese trayecto, desde que nos apartamos por esta carretera. Sólo quedó ese grato recuerdo, esas sensaciones que nos proporcionaba lo misterioso, lo desconocido.
Montearagón, 14 de septiembre de 2022
Alonso Pallares
(BE-6362)
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