Del libro:
"Las palabras que respiro"
de Federico Guerrero
Madrid, 2006
Ed. Beturia
Páginas, 215 y 216..
Autor:
Federico Guerrero
José Iglesias, a propósito de su libro 'Ritual de la inocencia (Parte II)
(...viene de la parte I)
José Iglesias Benítez es un trabajador, un auténtico y sorprendente trabador de la palabra. Lo primero que sorprende es su prontitud, esa aparente facilidad con la que le brota la alegoría, la metáfora, el verso, esa facilidad en el rimar y rimar estrofas, esa aparente facilidad en el que le brotan parejas de plasticidad y el sentir. Yo he sido testigo en múltiples ocasiones, y seguro que mucho de vosotros también. Sustentado en una cultura robusta, avalado por una depurada tánica y por una dilatada vivencia, sorprende la facilidad con que se produce en la creación, aparentándole adolescente, en los más bellos sentidos de esa palabra. Aparece como con las manos vacías, desnudo de herramientas, como excarcelado de cualquier adoctrinamiento previo que le pueda encorsetar o condicionar. Aparentemente sin escuadras ni cartabones, sin niveles ni plomadas, pero desde el epicentro más exacto que la palabra pueda tener, este albañil de sílabas, este arquitecto de emociones construye versos y edifica poemas de dimensiones altas y profundas, en lo que aparenta ser una impronta. Desde arriba surge ya trenzada la armonía con la idea, desde arriba, desde lo más alto; desde ese vértigo universal del laberinto más azul que tiene la belleza; y desde abajo, desde la raíz, palpa y versifica la tierra; tierra abrazada y rimada con la primorosa y artesanal métrica de un agrimensor.
Me atrevería a decir que tampoco existe tarea embellecedora premeditada. Alguien dijo -lamento no recordar quién para citarlo- que el arte fluye natural y espontáneo o no fluye, para el artista sencillamente es inevitable. El verbo escribir en Pepe Iglesias es sinónimo de crear. Escribir es una génesis. Cada cuartilla en blanco es un amanecer donde la creación se reinicia. Aspira de un elíxir universal, multimillonésimo y unitario, donde cierto que todo ya existe, pero sin nombre. De ese magma insonoro van saliendo las cosas a medida que las nombra, alumbrándolas a significados que nunca tuvieron, o que nunca debieron perder. Absoluta confirmación de esa piedra angular que dice que la palabra es el alma sonora de lo nombrado.
Confieso haberme acostado durante estos últimos días con toda la poesía de José Iglesias Benítez: Haberme acostado, levantado, desayunado... Haberme bebido y embebido de ella. El poemario que forman todas las palabras de sus libros puestas en fila no es otra cosa que el diario íntimo de un romántico, de un lírico, quizá de un loco genial, que desgrana su cordura, siempre certera, por tanto a veces doliente, con el corazón de par en par. Constituye su obra, poesía y prosa, si es que cupiese distinción entre ambas, el más bello canto versificado de sus ansias de vivir.
Se mueve la inspiración de José Iglesias Benítez (... sigue en la parte III)
(BE-2085b)
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