"Más allá de la realidad"
Por: José López Martínez.
Madrid, 2014.
Ed. Beturia
Colección: "Campos de Ortiga", nº 4.
pp, (9-11).
El que es de la tierra, es tierra y de la tierra habla.
Jn. 3. 31.
Prólogo: (parte I)
Por:
José Iglesias Benítez
José López Martínez es de la tierra y habla de la tierra. Es tierra él mismo, si es verdad el aserto del evangelio de San Juan, ya que todo lo que tiene que ver con el terruño, con lo cercano y primitivo, lo siente próximo y lo traduce en palabras. Como escritor de honda vocación, López Martínez convierte en literatura todo lo que toca, siente, piensa y ama. Y como creció en la España rural, la España de los hombres del campo, el campo forma parte de su escritura, este literato, es tierra y de la tierra habla.
Nos acerca ahora, en este libro, una colección de relatos en los que la tierra de labor, las vides y los olivares, la vida rural, tiene un intenso protagonismo. Son, en su mayoría, narraciones puestas en boca de adultos que recuerdan su infancia; hombres que recuerdan seguramente trasuntos del propio autor, que evocan paisajes de su niñez. Al hilo de sus historias vemos desarrollarse la vida de un pueblo, arquetipo de los pueblos mesetarios, con sus personajes, los conflictos que entretejen sus vidas, su moral, pazguata a veces, a veces depravada.
Una veintena de cuentos se nos presenta en este Más allá de la realidad. Cuentos, evidentemente en el sentido más literario del término. Es decir, no cuentos infantiles, sino narraciones breves, que consiguen crear una atmósfera especial con pocos personajes, que interesarán más a los adultos que a los niños. Y sin embargo, en muchos de ellos, son niños o adolescentes los protagonistas.
Así en La finca de los padres de Juan, Fiesta al filo del agua, Una carta de amor, La aventura fracasó al amanecer y algunos otros, los niños son protagonistas absolutos de la trama. El narrador, adulto que habla en primera persona se remonta a su infancia para contarnos un episodio cuya vivencia permanece inalterable a pesar de los años. Un adulto que hurga en su memoria y nos retrata el tiempo de su niñez. Y ese retrato pinta el boceto de una sociedad rústica, ya perdida pero viva aún en el recuerdo de muchos: los pueblos con el caserío enjalbegado de cal o tierra blanca, con las calles de tierras o empedradas y los niños, dueños de ellas, haciendo su vida al aire libre; los campos poblados de labradores que van y vienen con su tiro y carga, los viejos filósofos que aprendieron los valores fundamentales de la vida "Cavilando tras la yunta / en la paz de los barbechos" como dejó escrito Luis Chamizo.
En otros casos, el narrador se hace omnisciente, nos cuenta lo sucedido en tercera persona, nos aleja de la escena o nos acerca un primer plano cuando es conveniente para el correcto desarrollo del argumento. Es el caso de La pelea, donde, en un final sorprendente y abierto, la imaginación del lector intuye el desenlace. También un narrador ajeno nos introduce en El inventor, cuya trama transcurre en cualquiera de nuestros poblachones extremeños, con su punta de poética de sueño de chiquillos que aspiran a salir de un entorno que les asfixia y su poquita ironía y desengaño. Pero donde mayor presencia tiene este narrador, que todo lo sabe, cronista objetivo de la realidad, es en aquellas historias en los que la conducta de los personajes es amoral, éticamente reprobable o injusta. Seguramente que al autor quiere marcar distancias entre su postura personal y la de sus personajes. Los protagonistas de algunas de estas narraciones (que podríamos enmarcar dentro de lo que se llamó "realismo social") se ven abocados a comportamientos asociales, egoístas, depravados o infames. Conductas tan injustas como los que muestran los protagonistas Callejón sin salida, historia de una relación desalmada, insufrible; o la de Juan Sebastián Iluminado que se ve abocado en un trágico destino por las circunstancias y los personajes, que lo rodean; o las circunstancias de los protagonistas de Los maquis, relato digno de figurar en la borgiana Historia universal de la infamia. A veces no hay circunstancias atenuantes, sino la propia amoralidad del personaje, unida a la hipocresía dominante en estas sociedades rurales, lleva a situaciones límites la narración, como en Las cosas de la vida. Muestra también de esta hipocresía y víctima también de una moral rígida e implacable serán los personajes de Las cosas que Juan no sabía, que curarán sus heridas vendiendo cada uno sus favores.
(sigue en parte II...)
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