"Más allá de la realidad"
Por: José López Martínez.
Madrid, 2014.
Ed. Beturia
Colección: "Campos de Ortiga", nº 4.
pp, (11-13).
El que es de la tierra, es tierra y de la tierra habla.
Jn. 3. 31.
Prólogo: (… y parte II)
Por:
José Iglesias Benítez
Hay un tercer bloque de relatos en este libro, que merecen resaltar por su intensidad poética. La prima Josefina, que languidece soñando con las flores del lilo que perfuma su estancia, y cuya carga dramática se diluye en el tono poético y amable de un cuento de recorte romántico. O Lo poco que hablé con Julia, una romántica historia de amor, casi una leyenda becqueriana, que va transcurriendo en "las tardes lentas del lento verano", en machadiano decir. En La trampa mortal, La carta y El pobre Ramón no son la juventud y sus problemas los protagonistas, sino la vejez. El paso del tiempo, que todo se lo traga, y la conciencia de los personajes de haber perdido ya buena parte de su vida y estar dando los últimos tragos al vaso de sus días. La nostalgia, la reflexión ante la belleza de unos recuerdos que la memoria idealizó, la sensación del tiempo huido, las cosas que se quedaron en el recuerdo del camino, nos lleva a detenernos en estas narraciones, descansar la vista y meditar sobre la brevedad de la vida y sus engaños.
Otro conjunto interesante es el formado por los relatos de corte costumbrista, Tardes en la bodega, Un día de fiesta y Los saberes de Lorenzo Cepeda. En ellos, el autor recrea el pueblo de su infancia, la cultura vitivinícola, el amor al trabajo y la tierra, la socarronería del campesino... Y de paso, el respeto por el conocimiento, el ansia de saber, y la vergüenza de saberse ignorante. La exaltación de la literatura como fuente para la comprensión del ser humano, con las rubaiyat del poeta Omar Kayyam impregnando una tarde de bodega y pasión lírica, pone un halo transcendente a una tarde que declina entre olor a pólvora y primavera, a procesión y bullicio. Poética del tiempo. Poética del espacio. Poética del recuerdo. Y el vino como fondo.
Párrafo aparte merece la narración que cierra el libro: Enamorarse en el Toboso, ejercicio literario de exaltación quijotesca y donde se muestra el amplio conocimiento que de la obra cumbre cervantina posee el autor de estos relatos. José López Martínez emplea el recurso de una tercera persona que cuenta una peripecia propia, en el pueblo manchego cuna de Dulcinea, para mostrarnos una postal lírica de El Toboso y la admiración que siente ante la obra universal de Miguel de Cervantes. Muy oportuno homenaje al autor de Don Quijote, este año en el que conmemoramos el cuarto centenario de su muerte.
Para ir terminando estas palabras introductorias que ya van siendo más prolijas de lo que hubiéramos deseado, volvemos a las ideas de los primeros párrafos. Estamos ante un libro rural, un libro de la tierra que de la tierra habla. Desfilan por él personajes, pueblos y paisajes de la España profunda. Recuperamos un vocabulario campesino y agreste, riquísimo y evocador: vallicos: (ballicos), mejorana espliego, tomillo y romero, aulagas, mielgas, alverjanas, amapolas... golondrinas y vencejos, las vides, los olivares y las tierras de pan llevar. Todo un léxico que nos transporta a los campos de nuestra infancia, no muy diferentes de los del autor.
José López Martínez nos traslada con su palabra a un pasado no lejano y una forma de vivir que ya se va perdiendo en el tiempo, pero que evocaremos con placer en estas páginas, en estos paisajes y en estos personajes que nos recordarán a aquellos que alguna vez nos fueron próximos. Volveremos a vivir emociones que nunca se perdieron del todo en el fondo de nuestra memoria. Al fin y al cabo, ese es el propósito de toda obra literaria, hacer que el lector viva, reviva, con el autor de las historias que nos cuenta. Y estos cuentos, que fueron Más allá de la realidad, nos harán viajar con ellos por los espacios de nuestra imaginación. Que los disfruten.
José Iglesias Benítez
(BE-2112 … y parte II)
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