El temblor del 2 de julio de 1949
En la memoria colectiva de los palmeros, aún incluso sin haberlo vivido, existe un espacio para el recuerdo de aquel gran temblor de tierra provocado por el volcán de San Juan el 2 de julio de 1949, el día de La Patrona.
Se diría que cada familia, especialmente las de Los Llanos de Aridane, guarda el testimonio de aquellos momentos vividos profundamente que han pasado verbalmente a las nuevas generaciones de aridanenses.
Se han relatado, una y mil veces, los momentos de pavor sobrecogedor cuando a “la hora del atardecer” del 2 de julio, en la plaza, cuando ya “los estandartes estaban en la calle” preparados para recorrer las calles abriendo la procesión de la Virgen de los Remedios y las “puertas del templo se abrían” para salir la imagen, “bajo un palio de luz y de flores, a hacer el recorrido por las calles de la ciudad” fue justo el momento que la “tierra tembló bruscamente, terriblemente, en sísmica sacudida que llenó de pavor todas las almas. La tarde, que había sido blanca y dulce, se tornó iracunda y amarga, con dolorosas crispaciones de horror”.
En ese momento el temblor volcánico provocó tan gran sacudida que el repique manual de las campanas cesó, corriendo los monaguillos que las tocaban hacía la plaza, y las campanas siguieron tocado solas en un alocado, nunca oído y desconocido, tañer.
La cruz blanca, de mármol tallado, que remataba desde hacía siglos el alto de la torre-fortaleza se desplomó cayendo sobre el pavimento de la plaza rota en pedazos.
No obstante, la procesión continúo por la calle Real, antiguo camino y único pase hacia otras poblaciones del sotavento palmero. En ese momento fue “cuando llegaron a Los Llanos de Aridane los primeros evacuados de Las Manchas, porque la tierra con un ronco ruido de temblores se agitaba y se abría, y las vidas estaban en peligro”.
Dos años después, en 1951, el Cronista Oficial, poeta y escritor aridanense Pedro Hernández Hernández (1910-2001) publicaba en el programa de La Patrona un artículo titulado 2 de julio, en la que hace un sentido y bello relato vivido, a modo de oración, plegaria y gratitud a la Virgen del conocido y lamentable famoso temblor de tierra de la tarde del 2 de julio de 1949. De ese texto extraemos los siguientes párrafos:
“Hoy hace exactamente dos años. Fue en la hora del atardecer. Las puertas del templo se abrían para que Tú, dulce Señora de los Remedios, salieras como siempre en estas fechas, bajo un palio de luz y de flores, a hacer el recorrido por las calles de la ciudad. Ya los estandartes estaban en la calle. Ya todos te esperaban, cuando los rostros se transfiguraron inesperadamente. La tierra tembló bruscamente, terriblemente, en sísmica sacudida que llenó de pavor todas las almas. La tarde, que había sido blanca y dulce, se tornó iracunda y amarga, con dolorosas crispaciones de horror.
ú no te quedaste en tu casa. Tú saliste, celestial Señora de los Remedios, a remediar con el santo remedio de tu gracia, la pena de tus hijos. Y ellos no te abandonaron. Como siempre te siguieron, formando un mar de cabezas humanas por el cual bogaba, lentamente, la Madre. Así ibas, cuando llegaron a Los Llanos de Aridane los primeros evacuados de Las Manchas, porque la tierra con un ronco ruido de temblores se agitaba y se abría, y las vidas estaban en peligro. Tú quisiste con tu bondad, con tu amor, con tu cariño, salir -¡Tú la primera- al encuentro del dolor de unas madres y de unos hijos pequeñitos que dejaban el humilde hogar de siempre, para siempre…
Días después, cuando ya la lava bajaba de la montaña hacía el caserío [San Nicolás, Las Machas], a tu casa Señora, llegaban de la iglesia lejana, amenazada por las llamas, ornamentos e imágenes que en otro tiempo salieron de tu mismo templo para fundar la Ermita de San Nicolás. ¿Quién hubo de pensar jamás se escribiera esta página insospechada, de mito y de leyenda, en la historia insular?
En este aniversario de los días trágico del Volcán -oh, aquella corriente lávica que era movible carbón al mediodía, y púrpura centellante en la tarde, y cascadas maravillosas de cobre y de oro en la noche- encendamos con premura en el altar del alma todos los candelabros de la gratitud y del amor, para Ti. Porque entonces se lloraron amargas lágrimas, impetrando consuelo., y Tú nos consolantes. Porque la naturaleza se mostró inclemente, y Tú nos envolviste de nuevo aire puro, bajo un cielo limpio. Porque en nuestras casas los rostros se hicieron graves y las frentes taciturnas, y Tú nos devolviste la sana alegría. ¡Porque entonces secaron los jardines de Aridane con todos sus rosales, y hoy traemos para tus ojos -faro de esperanza rasgando lejanía de obscuridad- rosas más blancas y más fragantes que aquellas que te traíamos ayer!
Deja, pues, Virgen santa, que Aridane abra este año, como nunca, el milagro de las pomas blancas del magnolio, ¡para a tu paso formar un palio! Deja que maravillosamente sigan floreciendo los rosales, para la alfombra majestuosa por donde has de pasar, ¡en la tarde que habla de cosas inefables y se estremece gozoso de campanas!
¡Dios te Salve, Reina de los Remedios!”
Hernández trata en su texto literario un auténtico retrato y tapiz volcánico multicolor cuando dice: “aquella corriente lávica que era movible carbón al mediodía, y púrpura centellante en la tarde, y cascadas maravillosas de cobre y de oro en la noche” y en medio de esa maligna corriente de lava la Virgen de los Remedios salió “al encuentro del dolor de unas madres y de unos hijos pequeñitos que dejaban el humilde hogar de siempre, para siempre…”. Muchas fueron las viviendas, propiedades, bodegas, pajeros y aljibes que sepultó la lava maligna del volcán de 1949.
Se han publicado diferentes monografías científicas, diarios e incluso las tradicionales décimas sobre la erupción del volcán de San Juan. Todas ellas hacen referencia al temblor de tierra del 2 de julio, pero, sin duda el tratamiento que desarrolló Pedro Hernández (1910-2001) está cargado de una prosa poética sobre la furia de la naturaleza y de sentimiento y devoción profunda a la Señora de Aridane, Nuestra Señora de los Remedios.
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