Casa-Museo Pecharromán
Frente a la Casa-Museo Pecharromán se encuentra un mesón donde entramos para tomarnos un café. No tiene pinta de que lo sea ni tan siquiera un establecimiento de bebidas, da la sensación de que sabe a “perros muertos”. Nos atendió una persona ya mayor, es la única que hay detrás de la barra. Es de tez descolorida, cuando abre la boca para hablar sólo se le ven dos dientes, son los paletos a un kilómetro uno del otro, lo demás es una fosa oscura. Alguien de nosotros ha entrado en los servicios, ha salido instantáneamente haciendo el “fu”, como el gato, por el mal olor que hasta nosotros llega nada más abrir la puerta, tal que hace tumbar al más “pintao” y con una mueca de repugnancia reflejada en la cara del “entrometido”.
Decidimos visitar el museo, pero este tiene las puertas cerradas. Nos había comentado el personaje del mesón que había que tirar de una cuerda que sobresale del marco de la puerta la cual hace sonar una campanilla en el interior. Nos recibe el propio pintor Pecharromán, que por lo que se ve está muy pendiente de ver quien quiere visitar su museo. Va pulcramente trajeado de un color azul marino, la corbata oscura sobre una camisa clara, pelo al “corte” y gafas de sol, un poco descolgadas de la nariz.
La pintura de Pecharroman es de estilo abstracto. Fue muy explícito explicándonos cuadro por cuadro. El edificio tiene tres plantas, en la última de ellas la que más nos llamó la atención y es con la que nosotros nos quedaríamos para ocio y recreo en un completo estado de bienestar. Unas vigas se entrecruzan desde el suelo hasta el techo, ligeramente tiene bajada y hace que este caiga sobre el suelo. La madera lleva pintura de color oscuro consiguiendo con la abundante luz que entra procedente del mediodía, salvar así las distintas alturas de los tejados cercanos
La casa en su conjunto está debidamente acondicionada. El firme del suelo es totalmente de madera y el centro está alfombrado. El pintor va explicándonos detalle por detalle todos los pormenores de la casa-museo y sobre las exposiciones que se van a llevar a cabo con motivo del homenaje a Carlos V. Unas hermosas tinajas dejan asomarse por el sótano. Hay un cuadro alegórico al de las Meninas. Otro nos llama la atención al de Las Hilanderas.
Pecharrodona nos pareció un personaje sacado de otra galaxia y aterrizando en un pueblo como este. Es excéntrico, creemos sobre valorándose a sí mismo en demasía y hablando de sí mismo todo aquello que dicen los demás sobre su persona e incluso reinventándose otras. En el momento en el que nos encontrábamos más ensimismados llamaron a la puerta, nuestro personaje se separó un momento de nosotros para abrir la ventana y asomándose por la balconada respondió.
-Un momento por favor.
Un grupo de tres mujeres acompañadas por otra, esta fue las que abrió, aparecieron al momento. Nos llevamos una sorpresa al reconocer a una de ellas, Rosario Encinas, amiga y compañera del poeta, Manuel Candilejo. Dos personas que en principio estuvieron inscritos en la Asociación Cultural Beturía, pero que nunca fueron socios de la misma ya que ni siquiera llegaron a pagar cuota alguna. Lo hicieron tan solo con el fin de publicar un poemario del propio Candilejo en Beturia, cosa que consiguieron.
Al parecer, y según nos contó después Pepe la mujer de Pecharroman es de su mismo pueblo, Villalba de los Barros.
-Esto ocurrió en otra ocasión que visité el museo -recuerda Pepe al contarlo.
- Fue cuando supe que su esposa era paisana. Siempre es grato encontrarte con alguien de tu pueblo. –concluyó diciendo Pepe.
Un personaje, este pintor polifacético, misterioso y controvertido donde los haya y con el expresivo comentario que se dejó caer, nos dejó estupefactos.
-Nunca he vendido un cuadro. –señaló con énfasis Pecharromán.
Y nosotros no tuvimos más remedio que pensar para nuestros adentros. “¡Leches! ¿Y de que vive entonces este hombre?”.
Pasarón de la Vera, 2 de mayo de 2000
Alonso Pallares
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