Dedicado:
La niña de mis sueños (Relato)
La operación de anginas.
Una operación de anginas a principios de los años sesenta fue una de las cosas en la vida de Alonso que más le afectaron. Fue consecuencia de un estado febril doloroso y un estado afectivo amoroso que se mezclaron entre sí.
El jovenzuelo vivía en un pueblecito de Extremadura, mirando a La Mancha, llamado Villambró. Entonces no había especialistas de la medicina en ningún pueblo y de vez en cuando aparecía un “sacamuelas” cualquiera o de otra especialidad menor para atender aquellos casos que no necesariamente necesitaban de una intervención en quirófano. Era un día de la semana señalado, fijado por el galeno y, al que, con anterioridad ya le aguardaban los enfermos que habían requerido de su atención.
En este caso se trataba de extraer unas anginas a un mozuelo de 13 años llamado Alonso, una edad en la cual se empieza a tener los primeros cambios de la pubertad, que viene a ser entre los diez a los 16 años.
A este especialista, cirujano (sacamuelas le llamaríamos nosotros) no debía arredile mucho los pacientes y menos el grado de la especialidad en la que desarrollaba su labor, pues más bien tenía cara de “gañán” que la que profesara; le llamaban el Turronero, sería por aquello de alguna familia de las muchas repartidas por los pueblos que se dedicaban a la elaboración y venta del “rico” postre.
El mozuelo nada más ver la cara del indicado facultativo se le atragantó la saliva, parecía como la fiera que esperara acometer a su presa. Al chico le acompañaban tres mujeres, su madre y dos hermanas de la madre. Los hombres no podían faltar del trabajo, el país se podría venir abajo si dejaban por un rato el laboreo establecido, había que estar permanentemente produciendo para levantarlo de la miseria que aún corroía a las familias desde hacía “ha” cuando una guerra provocada destrozó a todo el país y por eso eran ellas las que apechugaban con la carga de la casa y por otras faenas ayudando al marido, incluso del campo.
Fue una operación, digámoslo así, “en carne viva” ya que las anginas fueron extirpadas sin anestesia y, con la particularidad de que el paciente era de una edad, para esta intervención, con demasiados años. Ahí, mira tu, el médico tuvo sus reparos con la anestesia, no fuera a pasarse de las manos y cargarse al muchacho, si acaso fuera a administrarle anestesia más de la cuenta, pues debía de estar “pez” en esas cuestiones.
- Le voy a poner un poco de anestesia para que no sufra tanto. - dijo a las tres hermanas, con los ojos inyectados.
Cuando el “cirujano” se dispuso a realizar el cometido dijo antes de empezar a las acompañantes del enfermo, estas mujeres parecían más asustadas que él, pues tenían la mirada de tristeza y de una ignorancia que se solía palpar en todas las gentes pueblerina, y, ellas estaban muy atentas a cada movimiento o a lo que decía este especialista. Alonso ya estaba tendido en una especie de quirófano provisional consistente en una mesa de madera alargada. El muchacho estaba expectante con los ojos abiertos esperando impaciente.
- Sujétenlo bien, sólo va a ser un momento. - dijo reconciliador el sacamuelas aquel, como si aquello fuera visto y no visto.
Al ponerle la inyección, sintió Alonso como le atravesaban las carnes de la garganta como si fuera un clavo ardiendo, “ni para poner inyecciones” se dijo el chaval, que en realidad también era muy sensible y cualquier cosa de estas le afectaba, pues se criaba delicado y enfermizo.
Con unas tenazas que le introdujo por la boca bien abierta hizo el primer envite atenazando las anginas que al parecer se le escaparon, ya que masculló unas palabras no adecuadas para su categoría. El mozuelo pegó un brinco en la camilla y casi se levanta si no hubiese sido por las cariñosas pero firmes manos de las tres mujeres.
Volvió a la carga, todos pensábamos, hasta ellas que al ser del pueblo el médico y haber nacido en Villambró, tendría que ser considerado en todo, aunque ejerciera en la ciudad de Almadén dicha especialidad.
El médico resopló y fue a por el segundo envite y pareció prepararse para acometer la presa con intención de atraparla de una “puta vez”. A su lado había un maletín de cuero grande con el correspondiente neceser quirúrgicos, “vaya quirófano más rústico” pensó Alonso, y del mismo el cirujano había sacado otro instrumento parecido al primero, pero que debería ser de mayor eficacia. En este segundo envite el enfermo dio un alarido y escapándose de las tres mujeres se levantó de un salto y salió corriendo hacía la puerta.
- ¡¡Qué se escapa!! - decía el galeno con las tenazas en la mano, y mirando que no había logrado sacar nada .
- Tres mujeres y no pueden con este mocoso. - volvió a decir.
Al chico ya le habían atrapado abriendo la puerta, que por otra parte no se quejaba, ni tampoco decía nada, como si fuera un bicho raro.
- Mire doctor, es que tiene mucha fuerza. - dijo una de ellas.
- Pues habrá que atarle y seguir sujetándole porque si tiene tanta fuerza es capaz de volver a irse. -masculló la fiera del galeno.
- Pero doctor. ¿Cómo le vamos a atar? Pobrecillo. - dijo una de las tías, Paula, era como otra madre para Alonso, ya que le adoraba.
- Eso es una crueldad. - dijo la madre.
- No hay más remedio, sino, no me deja trabajar a gusto. - se quejó el médico.
Alonso se le escapó una llamarada de odio por los ojos, un odio incontrolado hacia el médico al que le parecía ver a un verdugo más que un cirujano. Observó asustado inyectada la sangre en aquellos ojos e inesperadamente le recorrió un escalofrío por su cuerpo y sintió pavor.
Las rodillas de algunas de las mujeres llegaron a dañarle y a pesar de que le sujetaron también con unas ataduras que le administraron con una soga, al menos en dos ocasiones estuvo a punto de escaparse, forcejeando a cada retorcijón con lo que pretendía extraer el sabueso las anginas que se le resistían.
- ¡Ya está!, ¡Por fin! - gritó aliviado el galeno con las tenazas llenas de sangre y un pedazo de carne colgando de ellas.
- Y ahora que esté una semana como mínimo a base de calditos, puré y la comida triturada y así conforme vaya mejorando, eso sí, lo que tome que sea siempre templado, ni frio ni caliente. - recomendó el médico.
Cuando el enfermo salió de la consulta-quirófano (en realidad era una habitación de la casa, sin más, que provisionalmente servía de consulta) iba totalmente noqueado, apenas si podía andar, le llevaban bien sujeto para que no se callera al suelo entre la madre y Paula. Alonso no llevaba fuerzas ni para mirar al suelo que llevaba delante de los pies, pues la cabeza le colgaba, y ni podía sostenerla.
Ya le llevan entre las tres por la calle a casa medio arrastras, a punto de marearse el muchacho le daba vueltas la cabeza deseando llegar para meterse en la cama. No podía con su alma, con mareo y una triste agonía, como si saliera del purgatorio, de mala maneras recorrió ese trayecto tan corto, el que distaba de su casa al centro operativo.
Un profundo estado de malestar le embargaba, solo de pensar y el sentirse la garganta, solo con eso le daban náuseas. A base de calmantes se quedó dormido enseguida. La noche la pasó con alucinaciones y entre sueños notaba algo así como algo extraño que le arrancara de la garganta. Tendido en la cama desvanecido parecía flotar en un lugar fantasmagórico, siniestro e irreal.
¡Qué dolor, qué angustia, que sufrimiento! Solo en morirse quería. Pero no, no podía pensar en eso, se sentía joven aún, un niño recién salido de esa tierna juventud, buscando esa etapa de esa adolescencia, ¿Cómo iba a morirse ahora?
Una aparición entre sueños.
A otro día amaneció con un estado febril que le duraría varias jornadas, estuvo casi dos semanas convaleciente en la cama. Pobre Alonso, lo que estaba pasando por una simple operación de anginas que ha resultado más fuerte de lo que le habían dicho. “¡No, no, tranquilo, si es cosa de ná!” (le decían antes de la operación)
Pareció escuchar entre nubes de algodón subido en alguna parte del cielo un murmullo, algo débil que parecía susurrar junto a la cabecera de la cama. Abrió los ojos y le pareció encontrarse con un Ángel. Una carita de niña, hermosísima que le miraba entristecida y llorosa. De sus lindos ojos brotaban unas tiernas lagrimitas de compasión reprimida, viendo que había vida en el aquel muchacho.
Se trataba, la reconoció en seguida, de Violeta, su vecinita y primita, que al conocer la noticia le faltó tiempo para correr y estar a su lado para consolarle. No, no soñaba Alonso, era esa niña de seis a siete años, con su carita iluminada, radiante, surcada por el miedo y la pena que le embargaba. Con su carita de Ángel, su presencia, desde entonces, le fue de una muy grata confortación.
Todos los días y a la misma hora, Violeta, esa niña Samaritana, iba puntualmente a ver a su primo, abría la aldabilla de la puerta, se alzaba de puntilla para alcanzar la aldabilla de la puerta (la puerta siempre estaba entornada, la hoja de superior de ella) entraba y lo primero que hacía era asomarse a la habitación y comprobar “in situ” como se encontraba “su” enfermo. Alonso parecía esperarla, su estado al verla se animaba enseguida, le daba fuerzas. La niñita se le quedaba mirando siempre sin decir nada con esa carita entristecida, sin saber qué era lo que por su cabecita pasaba.
Sus pasos eran seguros y firmes cuando entraba y recorría el pasillo de la casa, cual si llevara alas, después de comprobar silenciosamente el estado de su primito, pues sus ojos se detenían en los de él y ella ya sabía cómo estaba, él tampoco hablaba, la herida se lo impedía; no obstante aunque hubiese podido hacerlo, difícil que lo hiciera, parecía mudo; ella después de esto se daba media vuelta e iba al cocedero y solícita le llevaba con cuidado y en una bandeja las viandas, y así todos los días ese menester realizaba. Era como si se tratara de una obligación que ella misma se había impuesto. El enfermo empezó a mejorar con el solo hecho de verla a medio día y con la cena que le llevara, sólo con eso se alimentaba.
Se había hecho el cargo la chiquilla, como si por medio, el destino hubiese intervenido, y le correspondiera a ella una tarea que providencialmente le llegara, era como si de un signo ya preestablecido y designado se tratara.
- Hermana, yo le llevaré todos los días la comida a Alonso. - le dijo el primer día a la madre de Alonso.
Ella quería ser la cuidadora del enfermo, como algo propio, de su absoluta incumbencia, una obligación que se adjudicó para ella en exclusiva y para nadie más.
- Bueno, hijita, pero ten cuidado, a ver si te vas a caer. - le dijo la madre de Alonso, negándose al principio que una niña tan pequeña hiciera esas labores.
-- No, hermana, que yo no me voy a caer, yo puedo. - decía Violeta como si fuera ya mayor.
Así transcurrieron unos días, pero un mediodía, entró en la casa, como siempre insuflada y henchida como una flor prendida en su corazón. Se asomó a la habitación para ver cómo se encontraba “su” enfermo, le miró a los ojos y leyó en ellos el agradecimiento y un poco mejor que el día anterior, pero notó algo extraño en el fondo de la mirada del muchacho. Cuando fue a buscar las viandas al cocedero se encontró que la madre del mocito ya se la había llevado.
Eso le produjo un profundo trauma, y con lágrimas en los ojos que la ahogaban por contenerlas, no podía evitar que preñadas salieran con impotencia contenida. La niña voló por el cuerpo de casa y sin mirar a su enfermo salió como escapada de un incendio. Una rabia incontenible e impotente brotaba en el noble corazoncito de Violeta y sus sentimientos heridos hacían que llorara a lágrima viva yendo a su casa a refugiarse con desasosiego.
Mientras Alonso quedó descorazonado, la vio pasar sin decirle nada y eso le dolió y cuando esa tarde tampoco volvió a verla, al día siguiente y a otro día tampoco, sintió que algo le faltaba. Y le dolió más el saber que a la chiquilla le pasara algo y él no se enterara de ello, y lo peor era que él no sabía el por qué, nadie le dijo nada Se figuró que era por la comida nada más que entró y ella se lo notó en esa mirada de él. ¿Ay, que podría haber hecho él para que ella dejara de ir? ¡Ya le faltaban sus ojos tristes, su profunda mirada, su quietud angelical, su risa apagada! Todo era tan hermoso antes y ahora nada, oscuro y en tinieblas. El jovenzuelo añoraba mirarse en los ojos de ella, porque ya no estaba junto a él y tenía que imaginarla.
Su cabeza no dejó de discernir noche y día, tarde y mañana. La realidad fue que Alonso no volvió a verla en los últimos tres días que estuvo enfermo. Violeta pasó unos días sin ir a casa a pesar de que la madre del muchacho fuera a casa de ella para consolarla y darle las razones que ella no comprendió.
El destino y los sueños.
El tiempo transcurrió y el destino empezó a hacer sus “cábalas”, el recaló en Barcelona, ya con 16 años y ella al siguiente que él, con nueve, pero el destino no hizo que se encontraran en el camino, a pesar de que siempre estuvieron muy cerca uno del otro, pero nunca se vieron.
Y siguieron transcurriendo los años. ¡Sí! Llegaron a encontrarse en alguna ocasión, en alguna boda de familiares comunes y también en el pueblo y es curioso señalar como esos encuentros fueron para los dos como dos extraños, un simple saludo, si acaso, pero dentro de ellos aun anidaba esa semilla que un día fue plantada, una semilla que, por la ausencia, el poder de la timidez de ambos y el poco “atrevimiento” que este estado natural conlleva en las personas. Y el propio tiempo hizo lo demás.
Uno y otro se casaron, formaron una familia estable y ya con nietos una grave circunstancia, la muerte de la hermana de Violeta volvió a surgir esa pequeña llamarada, una llama que siempre estuvo encendida en el corazón de Alonso, desde esa niñez.
Fue ese leve movimiento de marcar un número de teléfono, una leve circunstancia obligatoria y más que obligatoria de mucho sentimiento ya que Alonso sentía mucho cariño por su hermana, ésta era mayor que ella.
Y ahí retoñeció de nuevo esa semilla, adormecida, invernada, y se reencontraron sentimentalmente de nuevo ya después, después… ¡Si!, después de sesenta años, ya es decir. Y Violeta y Alonso volvieron a mirarse a través del Whatsapp del móvil.
¿Pero? La vida es así. El destino volvió a cruzarse entre los dos, aunque atados por las circunstancias de la vida. No nos engañemos, ¡si!, los tiempos pasados difícilmente suelen volver después. Alonso “derrotada”, en parte, las barreras de esa timidez quisieron, de alguna manera, en parte, unos sentimientos que, aunque creyeron muertos brotaran… Los deseos de ese poso que quedó ahí escondido para en algún momento reaparecer, creyéndose muertos, estaban ahí vivos, quedos y nunca estuvieron muertos ni morirían.
Un día cuando el destino tuvo la dicha de reencontrarse soñando se quedaron dormidos en ese pasaje del dulce recuerdo en el que se encontraban los dos después de haber traspasado el umbral de la distancia y se volvieron a reencontrar nuevamente. Y dichosos, en plena felicidad, ya no había barreras de ninguna clase, solo la distancia y la separación pero que, del tiempo, el mismo que fuera allanando el camino. Sólo habría de ser un paraíso para los dos el solo hecho de hablarse y mirarse en las fotografías les proporcionaban los adelanto tecnológicos, y serían como Adán y Eva.
Y soñaron esos dulces sueños que todo el tiempo acumuló. Y Alonso y Alma se durmieron felices el uno junto al otro en los recuerdos, como dos tortolitos recién nacidos, o como Romeo Y Julieta,
Y así termina esta historia con la tristeza del que la relata, asomada a los ojos por esos recuerdos preciosos que rayaron y sembraron la vida de uno y del otro y que el destino ha querido que a uno y al otro un poco el sentimiento ha regalado pequeños recuerdos repartidos con sus hijos y sus nietos como pasajes de la vida, arañados al tiempo y reunirlos aquí para siempre y en el corazón de Violeta y Alonso reencontrados.
Y siguieron y siguieron soñando mientras el tiempo pasaba y pasaba llevando en pos mucho amor y sentimiento... y aún el tiempo no ha terminado y seguirá, no acabará jamás. Y traspasará las fronteras de la existencia, en el más allá.
Tras haber pasado un año Violeta y Alonso no han llegado a verse, solo, eso sí, en fotografías y una intensa comunicación, día tras día sin por chats, sin interrupciones y a través del Whassap. No era ese el deseo de de los dos, pero la distancia y la imposibilidad de acercarse uno al otro ha sido imposible de verificarse, por motivos personales de ambos
Alonso Pallares.
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