"Revelaciones"
Autor: José Iglesias Benítez
Cáceres, 2007
Ed. Diputación Provincial de Cáceres.
Institución Cultural "El Brocense"
Páginas, 41, 43, 45 y 47.
Justiniano en presencia de Procopio, evoca a Teodora en un club de carretera
(Poema)
Aquí está Justiniano,
el patricio casado con la puta,
Emperador de los Creyentes, Sumo
Pontífice y Excelsior, Clementísimo, Sacro...
Anoche vacilaba, muy bebido,
de lupanar en lupanar, el ojo
turbio, pronto las lágrimas y la risa,
con la lábil euforia que la copa
deja en el corazón apasionado,
como un licor de guindas que se espesa
en la lengua y alcanza oscuramente
el contado, la orilla de la vida´
y lame con su fuego
las rojas barricadas de un cuerpo sin escudo.
Como un guiñapo triste de podrida esperanza,
con los sueños cumplidos y el corazón exangüe,
Justiniano apura su cáliz más amargo,
el último daikiri.
los efluvios del bourbon,
la luz del ron de caña
y con desgana toca los pechos perfumados
de una muñeca impúber y lasciva.
Ya maldice su suerte, ya bendice
el puñado de sombra que arrojaron
para cegar el sol de mediodía
o amputarle su luz a los almendros.
¿Dónde, Teodora, amiga, la nieve que soñamos?
¿Dónde las alas, del color del aire,
las púrpuras estrellas
sangrando en los colmillos de la noche?
¿Dónde la noche, si la noche es toda
reina para el amor de Belisario
y no nos queda noche para arropar la calles,
y tengo que implorar misericordia
como el lobo
suplica el pan o el sol para sus hijos?
Afuera vence el día.
Hace un pájaro trino su amargura
sobre el fragor de la autopista. Rugen
y se escapan veloces los recuerdos
por estas cinta negra que anuda los olvidos.
¿Por qué aquel Dios, que ayer nos convocaba,
se me hizo tiempo, luego, entre las manos
y me arrancó tu nombre y tu figura
y el sol que, esplendorosa, me encendías?
¿Por qué esta luz, amor, me duele en las pupilas?
¿Por qué te llamo, amor, si te he perdido?
Arazné te llamé cuando tu rueca
trenzó la luz y el hilo de tus rayos
me atrapó el corazón de insecto oscuro
y me vistió de lumbre los élitros de acero...
-Por favor, otra copa...
Más el barman no escucha.
El barman cabecea su larga madrugada,
su sueño y su cansancio, y la servil rutina
de alcoholes, soledades y miserias
de hombres como estrellas
fugaces que se pierden olvidando
apenas un destello, una caricia
en la piel mercenaria o en el vaso.
-Por favor, otra copa...
La rubia se levanta,
corrido el maquillaje, sucia de manos y desprecios,
ajado el corazón y el paso hundido:
-No habrá más copas ya. Hay que cerrar
el local, dice, y piensa: Hay que cerrar la vida,
esta desesperanza que chorrea
de las estanterías,
que desborda los vasos, las botellas,
y que nos mancha el alma, nos encharca por dentro
y nos tizna la luz de desencanto.
-Puta vida, rezonga, puta vida...
Y va apagando luces o clausurando sueños.
Ya ves, Teodora, amiga, por donde me desato
las dulces ligaduras con que tu nombre ataba
mi alma a tu esqueleto. Ya ves que estoy perdido.
Sedienta golondrina herida por la flecha,
mi corazón se mueve sin venda ni consuelo.
Justiniano El Grande, no es nadie sin tu báculo.
Si Tu Esplendor, Teodora, es ya polvo de olvido,
yo, ya sombra en el polvo, arrastro la miseria
de un cuerpo que fue gozo por la gloria
infinita del tuyo...
Afuera, el sol deslumbra.
Reverbera el charol de la autopista.
Rueda el canto del pájaro su pena de mercurio
y alcanza el centro mismo del planeta.
Ven, Procopio, salgamos. Afuera está la vida.
Salgamos a la luz, al aire, al entusiasmo.
Si Belisario es dueño de la noche,
no me niegue este día la redonda
tristeza de su luz, melancolía,
de un corazón que llora.
Salgamos ya, Procopio, y que tu historia
sea la historia de una vida
que se perdió en el tiempo.
Tendrá una estrella, y las estrellas
se marchan con el día.
Justiniano,
Emperador de os Creyentes, Sumo
Pontífice y Excelsior, Clementísimo, Sacro...
no ha existido jamás.
Que el automóvil
se lleve nuestros huesos al olvido.
(BE-2242)
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