sábado, 8 de enero de 2022

Bibliografía de José Iglesias Benítez: "Café-Jazz" (Poema)

 Las estancias.
                                                                                                                                    Del poemario: 
"Revelaciones"

Autor: José Iglesias Benítez 
Cáceres, 2007
Ed. Diputación Provincial de Cáceres.
Institución Cultural "El Brocense"
Páginas, 71, 73 y 75)





Café-Jazz (Poema)

A Julia Rodríguez-Moñino y Soriano

Alta sombra de Dios, la noche escancia
su líquido cristal en la ciudad impura.
El neón a lo lejos dibuja su arco iris
sobre un cielo quebrado.

Ya la calle destila
en fluido de noctámbulos que claman
por una mano, un beso, un corazón que llene
los huecos que dejaron los años y las penas.

Algunos dan al aire, como un rito,
el fervor de su risa,
pero también la noche les estalla por dentro
-me lo dicen sus ojos-
con esplendor de luto y terciopelo
bajo el tañido añil de las campanas.

La avenida desprende
sus fulgores metálicos, sus charoles, sus brillos,
que me llenan la ausencia
de gritos de colores, de alaridos de luz.

Qué solo, corazón, qué solo.
                                                  siento
una escarcha desnuda entre las manos,
un dolor de carámbano en las venas,
en la orilla del cuerpo y en el alma.

El saxo en el café
desgrana un llanto discordante y triste
y la lengua del jazz moja los sexos
con su nostalgia de saliva oscura.

La música se adensa
por detrás de la puerta acristalada
y el humo la amortigua como un eco
suave y lejanísimo.

Algunos vasos, 
malheridos de alcohol y manos ávidas,
descargan sobre el mármol
su abandono de manos y de bocas,
la luz turbia que rompe sobre el hielo
el último dulzor sin esperanza alguna.

El jazz llora su pena de negro apaleado
-su pena que es la tuya, corazón solitario
su tristeza insondable-
y aúlla y se adelgaza
en un lamento largo de trompeta
que se estira y que rueda
con un pesar de lágrima infinita.

Qué solo, corazón, qué desolado.
Igual que un ruiseñor
al que hubieran cortado la garganta
el canto se te ha muerto
y la sangre -el canto era tu sangre-
derrama la agonía
de antiguas soledades que fueron tu costumbre.

Pero el jazz no es un ruiseñor ni un mirlo
en la araña del techo, ni una alondra
bajo el estéril surco de la barra.
El jazz es este negro que toca la trompeta
muriéndose en la nota sostenida.
El jazz es este negro que agoniza en el saxo,
la furia del pianista que vuela con Duke Ellington
para dejar que el alma se eleve como el humo.

El jazz es una muerte irremediable
que aguarda al corazón desamparado.

Y cuando todo acaba
-qué solo, corazón, qué solo vuelves
a la calle que espera
con cantos de sirena y escaparates muertos-
alta sombra de Dios la noche sufría.


(BE-2247)


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