Autor:
Kelltom McIntire.
Ed. Bruguera.
95 páginas.
Colección: "La Conquista del Espacio", nº 524.
Cubierta: Miguel García.
Rústica.
15x10.5 cms.
Precio 35 pesetas.
El autor:
Kelltom McIntire (seudónimo de José León Domínguez) nació en Higuera la Real, en 1937.
Ejemplar adquirido en "El Rastro" de Madrid, 12 octubre de 1981.
Con índice bibliográfico: bacte343.
25p.
(BE-1985)
Capítulo primero.
Jane se apresuró a venir a la sección «D» en cuanto tuvo noticias de que teníamos en nuestro poder el informe del teniente John Kurrie.
Vi que la Esplendorosa —así llamábamos familiarmente a June Winterman en la Base Ganímedes-I— frenaba su scoo ter eléctrica con admirable pericia ante el despacho-cabina del mayor Burnside, y salí a recibirla.
En verdad Jane merecía sobradamente su apodo de Esplendorosa: era un admirable ejemplar del sexo femenino, con una larga cabellera rojiza que flotaba como una llamarada alrededor de un rostro anguloso, de facciones agresivas y picarescas, ojos de un suave tono violeta, y un cimbreante y elástico cuerpo que atraía magnéticamente las miradas de cualquier varón que se encontraba a menos de cien metros de su zona de influencia.
Los críticos más ácidos de la Base Ganímedes-I —en todas partes abundan los descontentos a ultranza— decían que a Jane Winterman le sobraban senos y le faltaban unos cuantos centímetros en el contorno de las caderas, pero para mí la Esplendorosa era sencillamente adorable. Yo la amaba rendidamente, pero ella —desgraciadamente— no me tomaba muy en serio. Me consideraba demasiado joven y voluble... cuando la verdad era que yo tenía ya veinticinco años. (Ella acababa de cumplir los veintidós.)
El interés de Jane por asistir al primer examen de los documentos que componían el informe Kurrie estaba justificado. Jane había participado en la exploración del páramo Einstein, situado en el hemisferio Sur del satélite Ganímedes. Y allí, precisamente, había desaparecido cuatro meses atrás, el teniente de ingenieros John Kurrie.
Jane y Kurrie habían mantenido lo que podría definirse como una entente amoureuse, aunque había repetido en centenares de ocasiones que su relación con John no era otra que la propia de dos amigos que se comprenden a las mil maravillas.
— ¿Ya? —preguntó Jane, anhelante, cuando ambos nos reunimos en el vestíbulo del despacho de Ted Burnside. —Ya —respondí—. Fue muy dificultoso rescatar los restos de la nave Fireplane de Kurrie de la profunda sima donde se encontraba. Pero, en fin, sólo aguardábamos tu llegada para reproducir la grabación de vídeo hallada en la nave de John. Vamos allá.
Como siempre, me sentí ardientemente celoso cuando las miradas de nuestros camaradas varones se posaron ávidamente sobre el bello cuerpo de Jane. Les hubiera matado..., si ello fuera posible, con la simple mirada.
Estábamos reunidas ocho personas en el espacioso despacho del mayor Ted Burnside. Además de éste, asistíamos Jane la Esplendorosa, el zoólogo Peter Wardour, el espeleólogo Max Quincy, el meteorólogo Dick Sloane, el geólogo Chuck Jones, el ingeniero Dan Doyle y yo mismo, teniente-piloto Glen Flanders, que ejercía también las funciones de ayudante del mayor Burnside.
Cuando todos saludaron con excesiva galantería a la Esplendorosa, Burnside carraspeó para fijar nuestra atención y cuando lo hubo conseguido dio a Doyle la orden de que comenzara el examen del material filmado por el desgraciado John Kurrie.
Todos permanecimos expectantes y un tanto nerviosos hasta que en la gran pantalla comenzaron a verse distintas imágenes del desolado páramo Einstein. Inmediatamente escuchamos la voz viril, bien timbrada, de John Kurrie.
«Este es el informe núm. 108-GAD. Operación de exploración iniciada en la mañana del 17 de julio. Estamos sobrevolando el páramo Einstein a una altura de poco más de 3.600 pies. Como se ve, Einstein está cubierto por enormes masas de hielo y presenta un aspecto uniformemente plaño. Sin embargo, de cuando en cuando, pueden advertirse; profundas grietas de un azul intenso, algunas de ellas 80 a 100 metros de anchura y de un fondo difícilmente calculable...»
El Fireplane de Kurrie volaba precisamente sobre una de aquellas grietas sobre el hielo. Vi una línea quebrada, de un azul casi negro, en cuyos bordes se producían destellos cegadores.
«Este es el extremo sur del páramo Einstein. Fue al volver, una vez visionada la grabación de vídeo, cuando advertí una sensible diferencia entre las anteriores imágenes y lo que mis ojos veían ahora, a la vuelta. Por desgracia, los aparatos sufrieron una avería y me fue imposible grabar el nuevo aspecto del páramo, precisamente el promontorio que me había llamado la atención...»
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