sábado, 19 de junio de 2021

Novelas de bolsillo de Autores Extremeños: "Viaje a la locura" (Ciencia Ficción)

 Autor:
Kelltom McIntire.

Barcelona, 1975
Ed. Bruguera.
95 páginas. 

Colección: "La Conquista del Espacio", nº 266.
Cubierta: Salvador Fabá.

Rústica.
15x10.5 cms.
Precio 18 pesetas.

El autor:
Kelltom McIntire (seudónimo de José León Domínguez) nació en Higuera la Real, en 1937.

Ejemplar adquirido en "El Rastro" de Madrid, 18 de octubre de 1981.
Con índice bibliográfico: bacte353.
25p.

(BE-2003)


Capítulo primero

    George Travis penetró en su oficina a las diez quince de la mañana.
    El calendario automático que había encima de su funcional mesa metálica señalaba la fecha: once de abril.
    Dejó su brazado de periódicos sobre la mesa, se despojó de la gabardina, que arrojó de cualquier forma sobre una silla, y se dejó caer sobre el asiento giratorio.
    Debía sentirse muy preocupado, puesto que pasó por alto varias de las «ceremonias» que constituían el inicio de su «rito» de trabajo. A saber: no pidió como siempre un café solo y sin azúcar a la señorita Lewis, a través del interfono, ni encendió, con su acostumbrada calma, el cigarrillo, ni siquiera ordenó a Olivia Palmer, su secretaria, que le pasase el dossier de los asuntos pendientes, más urgentes.
    La aparente calma de Travis sólo era una máscara. Detrás de su aspecto normal, existía u n profundo sentimiento, que se conoce con el nombre d e miedo .
    El terror se había desatado en su corazón, a partir de la comunicación telefónica recibida aquella mañana.
    La voz que escuchó era la de un amigo: Scott Remick.
    Nada hubiera tenido de singular una conversación telefónica con Remick, si no se hubiera dado la circunstancia de que Remick estaba... muerto.
    George Travis tenía treinta y cinco años, era un hombre sano y fuerte, aficionado, desde niño, a los deportes. Era, en suma, un individuo mental y físicamente saludable, por tanto.
    En cuanto a su valor, ninguna persona que conociera su historial, podía ponerlo en duda, puesto que Travis había conseguido la medalla a los servicios distinguidos durante la guerra de Vietnam, donde había servido como piloto de bombarderos.
    Su inteligencia y su capacidad profesional, le habían llevado al puesto que actualmente ocupaba: director de la Icaro Associated, una de las empresas auxiliares de la NASA.
    Sentado ante su mesa, Travis reflexionó. No era un hombre especialmente emotivo, y poseía la virtud de tomarse con calma los más serios problemas.
    Al fin descolgó el teléfono y marcó un número.
    —¿Houston? Soy George Travis señorita. Necesito hablar urgentemente con Bill Bendix —pidió.
    Bendix era un antiguo amigo, que en la actualidad dirigía el Centro de Formación de Cosmonautas.
    Treinta segundos más tarde, Travis escuchaba la voz nasal de Bendix en el auricular.
    —Ah, George, mucho tiempo sin tener noticias tuyas. ¿Cómo van las cosas en la Icaro?
    Travis carraspeó, indeciso.
    ¿Cómo debía abordar el problema?
    —Todo va bien. Bill. Supongo que Margaret y los niños estarán bien, ¿no es así? Perfectamente, Bill. Oye, por cierto... Quisiera consultarte algo.
    —Muy bien, George. ¿De qué se trata?
    —¿Recuerdas a Scott Remick? —Travis procuraba que su voz sonase normal, aunque sus labios se movían con cierta torpeza—. Quisiera que refrendaras algunos datos acerca de él. Naturalmente, si esta información no cae dentro de lo que pudiera llamarse «secreto».
    Transcurrieron unos segundos de silencio. Probablemente, Bendix se sentía muy sorprendido.
    —Bueno, el secreto existe... Pero tú estás al tanto de casi todos los programas de la NASA. Veamos, George, ¿qué quieres saber, exactamente?
    —Sólo una cosa: averiguar si existió alguna probabilidad de que Remick y Younger escaparan con vida —pronunció Travis, con voz grave.
    A través del hilo, llegó el eco de una carcajada.
    —Discúlpame —se excusó Bendix—. Se me escapó la carcajada, aunque el asunto del que estamos tratando sea serio. ¿Cómo puedes pensar tal cosa, George? Naturalmente, ni Remick ni Younger tenían la menor posibilidad de escapar con vida. La cápsula en la que describían órbitas alrededor de la Tierra, escapó a los controles gravitatorios, y se perdió en el espacio. No poseían energía para obligar a la pequeña nave a volver a la Tierra... Fue algo tremendo, George, tú lo sabes: estuvimos recibiendo sus desesperadas llamadas de auxilio durante varios días... Después, las señales se fueron extinguiendo, y jamás volvimos a tener noticias suyas.
    —Todo eso lo sé , pero lo que quería saber... Bueno, ¡ya te lo dije! —explotó Travis, muy nervioso e impaciente—. Supongo que no había esperanzas para ellos...
    —Ninguna. Las últimas señales fueron recibidas por nosotros cuando la cápsula se encontraba ya a unos novecientos cincuenta mil kilómetros de distancia. Casi tres veces la distancia a la Luna, para que puedas hacerte una idea. No disponían de oxígeno suficiente, ni siquiera de alimentos concentrados. Compréndelo: sus cadáveres deben encontrarse ahora en la cápsula, a una distancia incalculable de nuestro planeta. Y ello, sin tener en cuenta que la cápsula pudo ser destrozada por los aerolitos que constantemente cruzan el espacio o, sencillamente, desintegrarse.
    —Ya —respondió Travis, sin entonación.
    —Pero, bueno, ¿quieres explicarme ahora a qué se deben estas extrañas preguntas? Ya he satisfecho tu curiosidad, George. Procura tú hacer otro tanto... Desde luego, fue una pérdida muy sentida. Tanto Remick como Younger eran dos cosmonautas excepcionales...
    —¿Excepcionales? —respondió inmediatamente Travis—. ¿Por qué?
    —Bien. Todos los hombres que consiguen llegar aquí, tras la selección, pueden llamarse excepcionales, pero ellos eran los mejores, con mucho. Escucha...
    Según Bill Bendix, Aldous Younger era, ya a los veinticinco años, catedrático de matemáticas en la Universidad de Berkeley, y uno de los más expertos matemáticos experimentales del mundo.
    Por otra parte, Scott Remick poseía un grupo sanguíneo rarísimo —sólo tres casos semejantes en todo el mundo— y era, además, una lumbrera en Parapsicología y fenómenos psicológicos en general.
    —En una ocasión, a Younger le sucedió algo insólito, aquí, en Houston: realizando unos ejercicios de salto en paracaídas, se hirió profundamente en un brazo. Sanders, el oficial instructor que le atendió, me habló de ello, asombrado: al parecer, Younger apenas había sangrado. Sólo unas cuantas gotas. Por otra parte, Younger no permitió que le curaran. Al día siguiente, Sanders vio que Younger se remangaba el brazo... y ¡donde estaba la profunda herida, apenas quedaba ya una cicatriz!
    —Es extraordinario —murmuró Travis.
    —Desde luego. Tanto como la facilidad de Scott Remick para predecir el futuro. Antes de ser contratado por la NASA, Scott escribió algunos artículos en una revista de Futurología. Pues bien: hemos comprobado que sus predicciones han ido cumpliéndose exactamente a lo largo de cinco años. Incluida la crisis del petróleo a escala mundial, la escasez de materias primas y otras cuestiones igualmente importantes.
    —En fin —suspiró Travis—. Creo que no me será posible seguir guardando el secreto para mí solo.
    —¿A qué te refieres? —inquirió Bendix, muy intrigado.
    —Esta misma mañana he estado hablando con Scott Remick —confesó Travis, intranquilo.
    La exclamación de Bendix obligó a Travis a separar el auricular de su oído.
    —¿Tratas de burlarte de mí, George? Siempre te consideré una persona razonable.
    —Y sigo siéndolo, salvo que mis facultades mentales hayan entrado en declive —aseguró Travis, serio—. Lo que te digo e s verdad. Recibí, hacia las nueve, una llamada telefónica, cuando me disponía a abandonar mi casa. Era su voz, era él: Scott Remick. El mismo se anunció con este nombre.
    Bendix se mantuvo en silencio un largo minuto. Sin duda, estaba tratando de calcular si Travis se burlaba o estaba loco.
    —Una broma muy pesada, George. Alguien trató de burlarse de ti. Si esa persona vuelve a llamarte, te aconsejo que trates de distraerlo, y avises a la policía: el tipo puede ser peligroso.
    Travis tabaleó, muy nervioso, sobre su mesa.
    —El caso es... que si se trataba de un bromista, estaba muy al corriente de nuestros secretos estratégicos —respondió, tras una cierta indecisión—. Me dio una larga serie de explicaciones, que reflejaban, con mucha fidelidad, el conjunto de mecanismos de la cápsula «Minerva», precisamente l a empleada en el provecto que, según la versión oficial, le costó la vida a Remick y a Younger.
    Bendix pareció muy impresionado.
    —Escucha, George: voy a avisar al mando de la Fuerza Aérea que dirige el programa espacial —aseguró, decidido—. Creo que ellos deben estar al corriente de los hechos. Podría tratarse de un caso grave.
    —¡No, no, por favor! —se apresuró a detenerle Travis—. Si lo hicieras, tal vez detuvieran el proyecto que tenemos en marcha. Sería calamitoso para mi empresa, que fabrica todos los componentes electrónicos.
    —Pero debes comprender que es nuestro deber, George...
    —Espera. Aún no lo sabes tod o. Cuando traté de preguntarle a Remick, cuando quise saberlo todo... él me interrumpió. Dijo que tenía que entrevistarse conmigo urgentemente. «Es una cuestión de emergencia. De ello puede depender la seguridad del planeta», dijo. Y prometió reunirse conmigo en lugar seguro, en cuanto le fuese posible.
    Bendix no dijo nada inmediatamente. Al cabo, preguntó, desconfiado:
    —George, ¿estás seguro de que no bebiste anoche unas copas de más?
    —Bueno, sí —respondió Travis, incomodado—. Estuve en un club con unos amigos, y bebí más de la cuenta, pero...
    La carcajada de Bendix le dejó helado.
    —Vamos, vamos... Por un instante me he dejado sugestionar por ti, George. Lo más seguro es que hayas tenido una pesadilla anoche. Te aconsejo que bebas con más moderación de aquí en adelante. Y cuídate, George.
    Travis quedó con el auricular en alto, y una curiosa expresión de perplejidad en sus facciones.
    Luego bajó la mano y dejó el aparato en su sitio.
     

CAPITULO II
    Al pie de la letra... George Travis había seguido el consejo de Bill Bendix al pie de la letra.
    Es decir: no probó una sola gota de alcohol durante el resto del día.
    Sin embargo, estaba absolutamente seguro de que la llamada de Scott Remick no había sido un sueño.
    Había consultado con la compañía telefónica, y obtenido la confirmación: su teléfono había recibido una llamada desde una cabina situada en Charington Road, al otro extremo de la ciudad, donde se alzaba el cementerio más antiguo de la localidad.
    —Curiosa coincidencia —se dijo humorísticamente George—. Un muerto que habla desde... el cementerio.
    Pero no se sentía muy tranquilo. Los datos que había conseguido aquella mañana, gracias a su amistad con Bendix y otras personalidades relacionadas con el programa espacial de la NASA, no venían precisamente a tranquilizarle.
    Tenía las fotografías de Younger y de Remick, y una condensada biografía de ambos cosmonautas.
    Younger, según la documentación conseguida, había nacido en Trevor River, una pequeña localidad del Estado de Washington... desaparecida bajo las aguas, cuando la enorme presa Grand Coulée entró en funcionamiento.
    La documentación de Younger había sido rehecha a base de una declaración jurada y !a firma de dos testigos, pues los archivos de Trevor River habían desaparecido en un misterioso incendio.
    Con Scott Remick, a quien el propio Travis había conocido personalmente en Houston, ocurría algo semejante: tampoco existían documentos fidedignos de su nacimiento, puesto que San Cristóbal, localidad de Nuevo México donde Remick había nacido , había desaparecido virtualmente en un terremoto ocurrido hacia los años cincuenta.
    De todas formas, aquellos detalles podían no ser significativos, puesto que el organismo encargado de seleccionar a los cosmonautas era riguroso en tamizar la personalidad de los hombres del espacio.
    En el fondo, Travis hubiera preferido, con mucho, demostrarse a sí mismo que la llamada se debía a un maniático, un gamberro o alguna persona que deseaba inquietarle, por alguna desconocida razón.
    ¡Si hubiera podido grabar la conversación...!





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