Autor:
Kelltom McIntire.
Ed. Bruguera.
95 páginas.
Colección: "La Conquista del Espacio", nº 269.
Cubierta: Antonio Bernal.
Rústica.
15x10.5 cms.
Precio 18 pesetas.
El autor:
Kelltom McIntire (seudónimo de José León Domínguez) nació en Higuera la Real, en 1937.
Ejemplar adquirido en "El Rastro" de Madrid, octubre de 1983.
Con índice bibliográfico: bacte844.
25p.
(BE-2004)
Capítulo primero
Ben Kenorak llegó de muy mal humor al edificio de la Space Pólice, aquella madrugada.
En primer lugar porque le habían arrancado bruscamente de los brazos de Perla Bwangah, una perfecta antillana, de caderas electrizantes y fácil verbo sudamericano, que hacía las delicias de un anglosajón como Kenorak.
Pero dos hombretones de la Space Pólice le habían arrancado del «paraíso» donde se había refugiado con Perla. Y no habían sido aquellos policías demasiado complacientes.
Pero ahora se encontraba ante Rob Mashlyn, delegado para el continente americano de la Space International Pólice. Y Ben calló las frases que acudían a borbotones a sus labios.
—Buenas noches, Ben —dijo Mashlyn, muy amable—. Lamento haberle traído aquí contra su voluntad, pero necesito de usted.
Sobre la brillante mesa de níquel se deslizó un disco metálico.
—Son las instrucciones microfilmadas, Ben. No puedo darle demasiadas explicaciones. Lo que voy a decir a continuación tiene el valor de una orden terminante: debe emprender inmediatamente viaje a Tildrich. Usted está al tanto del proyecto «Tahoma». Y sabe, igualmente, que mis agentes Balch e Hirraney murieron recientemente en Tildrich. Eran policías muy expertos, hombres maduros, cautos y prudentes... Pero anoche la patrulla de Saturno abordó un vehículo a la deriva. Los cadáveres, absolutamente desecados, de mis hombres, sólo eran dos momias. Balch e Hirraney no van a poder celebrar la próxima Navidad con sus hijos, ni con sus esposas...
Mashlyn hizo un alto.
En realidad, espiaba de reojo la expresión de Kenorak. Pero el agente de la SIP no parecía emocionado.
¿Era posible?
Mashlyn sabía muy bien que Kenorak era un amigo entrañable de aquellos dos excelentes policías asesinados, Georgiy Balch y Arthur Hirraney.
Kenorak, Balch, Hirraney... Tres hombres que habían estado unidos por algo más que la simple camaradería o por el culto a la amistad.
Pero Mashlyn conocía muy bien a Kenorak, el hermético. Sabía que Ben era muy capaz de disimular hasta sus más íntimos y emocionales sentimientos.
Por eso, Mashlyn volvió a hablar:
—Tendrá que volver a viajar, Ben. ¡Sí, sí, ya lo sé! Usted se encuentra muy bien aquí, en la Tierra, realizando investigaciones rutinarias, convocando bacanales en su casa de Miami, y paseando en su vehículo a una belleza distinta cada día... Tengo filmados, minuto a minuto, todos sus pasos en los últimos diez días, Ben. Pero ahora se trata de algo muy serio y urgente. Usted sabe que el SIP no puede permitir que se asesine impunemente a sus agentes. ¿Sabe, por el contrario, la misión que llevó a Balch y a Hirraney al planeta Tildrich?
—Sí —dijo únicamente Kenorak.
Inútilmente esperó el jefe Mashlyn que Ben hiciera cualquier comentario. Ni siquiera expresó su pesar por la muerte de sus dos únicos amigos.
—Ya —murmuró Mashlyn, decepcionado—. Supongo que Luisa Moore llorará cuando usted salga en el «SIP- PATROL», dentro de una hora... También la deliciosa Terry Mc I ntire se sentirá muy sola cuando despierte en una habitación del hotel Dione... Pero óigame bien, Ben Kenorak, sus compañeros fueron enviados a Tildrich cuando tuvimos pruebas en nuestro poder que demostraban que el coronel Widiard estaba distribuyendo drogas entre los indígenas...
Era rigurosamente cierto. En la caja blindada del jefe Rob Mashlyn se guardaban aquellos documentos, que refrendaban que el delegado especial Widiard, en el lejano planeta Tildrich, había iniciado un movimiento independentista entre los tildrichen o nativos de Tildrich.
El IC —Consejo Internacional— se había reunido a las nueve de aquella noche. Y su resolución estaba en poder del jefe Mashlyn, del SIP, y también en el disco de información microfilmada que el jefe de policía había dejado sobre la mesa, al alcance de la mano de Ben Kenorak.
—Hay que anular a Widiard y a su movimiento —dijo Mashlyn, con voz grave—. Todos los países asociados al IC están de acuerdo: hay que aplastar a Widiard antes de que los nativos de Tildrich se dejen dominar por el demonio de las drogas. No nos mueve a esta decisión ningún interés económico, sino sólo el humano. Los tildrichen son unos seres ingenuos, elementales, fáciles de convencer... Widiard es un fanático, y fácilmente los llevaría al exterminio.
Kenorak se puso en pie.
No miraba ya a los dos cíclopes negros que permanecían a su espalda. Ni parecían impresionarle mucho los dos formidables agentes del SIP y sus descomunales musculaturas. Ni siquiera sus modernísimas armas whithix , de lanzarrayos paralizantes.
—¿Por qué tanta algarada? —preguntó, cínico—. El SIP mantiene continuamente en pie a sus divisiones especializadas. Con una sola de ellas bastaría para aniquilar a Widiard y a sus potenciales seguidores.
Mashlyn le miró, severo.
—El International Council no desea una matanza inútil, Ben. ¿O es que no puede comprenderlo ? Ha bebido mucho champaña esta noche, imagino. Pero yo apelo ahora a su sensatez. Queremos que usted viaje hasta Tildrich como un ciudadano cualquiera, que investigue, que espíe a Widiard. Y luego... que le elimine.
Kenorak, que se disponía a hablar, quedó rígido.
—He oído algunas veces esa orden terminante: Mate usted a «X». He cumplido, en contra quizá de mis principios éticos, porque un agente SIP debe ser obediente. Sin embargo, ¿Widiard es tan importante como para asesinarle? —preguntó, entornando sus ojos dorados y vivaces.
Mashlyn disimuló un gesto de impaciencia.
—Creo que debo informarle con exactitud: Widiard se ha puesto en contacto con Mordee, en el asteroide Huyax, y también con el rebelde J o ã o Terreira, en el planeta Tenx-Akuch, de las Iades. El movimiento de Widiard, un hombre egoísta y cruel, podría ser muy perjudicial para la paz del espacio... Ahora que lo sabe todo, ¿cuál es su respuesta?
De repente, Ben Kenorak dejó escapar una carcajada, que resonó metálicamente en el enorme despacho de Rob Mashlyn.
—¿Se ríe? —exclamó Mashlyn, estupefacto—. ¿Puede explicármelo? Tal vez encuentre algo gracioso en todo este asunto, y pueda reírme con usted.
Pero Kenorak, al observar el gesto grave de Mashlyn, volvió a reír con redoblados ímpetus.
Cuando su risa se apaciguó, puso sus grandísimas manos sobre la mesa metálica y confesó:
—Mi risa es espontánea, señor. En verdad, me divierte mucho que me envíe al lejano Tildrich. ¿Ha leído algún tratado de etnología del planeta Tildrich? ¿No? Yo voy a facilitarle algunos datos. Por ejemplo... Hay tres mujeres tildrichen por cada hombre. Y, confidencialmente, le diré algo más: he sabido que esas mujeres son apasionadas, infatigables y absorbentes. Y todavía más: prefieren a los terrestres... como yo.
Rob Mashlyn se irguió en su silla, dispuesto a hacer callar al arrogante Kenorak.
Pero, finalmente, debió pensarlo mejor y no dijo nada.
Cpítulo II
En su cabina» Ben Kenorak no podía percibir el men or sonido. El sistema de insonorización del vehículo «SIP-PATROL» era, en verdad, muy efectivo.
Ben se dejó caer perezosamente sobre un diván. Sabía que iba a aburrirse mucho durante los monótonos veintidós días de navegación, hasta descender en un punto ignorado de Tildrich.
Añoraba, sí, la compañía femenina. Pero las autori dades superiores de la Space International Pólice eran personas inflexibles y austeras como Mashlyn, y no per mitían que ninguna mujer viajase a bordo de las astro naves especiales, en servicios secretos como el que acababa de iniciarse.
No sabía qué hacer. Y se sentía, entre los limitados confines de la nave espacial, como un cadáver en su ataúd .
En el bolsillo disco blindado, con la le había entregado el jefe Mashlyn.
En la cabina había un movie-play , y Kenorak se sintió tentado. ¿Por qué no distraerse con aquellas órdenes
Se incorporó, sacó el disco, lo abrió con un llave cromada y sacó el filme- cassette . Con mucho cuidado lo introdujo en el alojamiento del compacto revelador fílmico y pulsó el motor de reproducción.
Ya se dejaba caer sobre el cómodo diván de polietileno, cuando creyó escuchar un rumor al otro lado de la escotilla metálica de entrada. Despacio, se puso en pie. Y sus sentidos se agudizaron, prestos a captar cualquier movimiento o sonido en el exterior.
Pero aquel chasquido no volvió a repetirse. Kenorak oprimió el botón electrónico y la escotilla quedó cerrada por dentro.
La luz se suavizó automáticamente. Y en la pantalla frontera surgieron las imágenes de unos extraños seres velludos, que rodeaban a un terrestre de apariencia normal.
—Este es Boe Widiard —sonó una voz, en la que Kenorak reconoció la del jefe Mashlyn-—. Mayor del ejército norteamericano, miembro de las fuerzas del Consejo Internacional desde 2451, lo que significa que Widiard lleva en Tildrich casi nueve años. Observe a los nativos... Los hombres son altos , más altos que nosotros los terrestres. Sus brazos son exageradamente largos, señal inequívoca que revela que, hasta hace pocos siglos, llevaron una vida eminentemente arborícola. Vea sus cráneos, calvos en la parte superior. Sus cabellos arrancan desde los parietales y el occipucio. Las mujeres...
Kenorak se incorporó.
Las mujeres que rodeaban a Widiard eran muy bellas, aunque sus facciones tuviesen un tono cobrizo.
Y sus cráneos no estaban parcialmente calvos. Sus oscuras cabelleras caían, abundantes y frondosas, sobre los exóticos rostros brillantes, y se desparramaban sobre sus senos henchidos.
—Las mujeres tienen calva la parte superior del cráneo, igualmente. Pero su innata coquetería las obliga a cubrir la calvicie, dejándose crecer los cabellos, que sujetan arriba con un raro artificio a base de algo que podríamos llamar imperdibles o clips de hueso...
Kenorak tragó saliva. En la pantalla, una docena de mujeres tildrichen, absolutamente desnudas, bailaban ante Boe Widiard, en una ceremonia que podría traducirse como bienvenida o reverencia.
—No me importará que tengan calvo su cráneo, si son capaces de presentar tan atractivo aspecto—murmuró Kenorak.
Pero la imagen desapareció. Y en su lugar apareció un complejo industrial, formado por cilíndricos depósitos metálicos.
—Este es el centro Bagur-Sho, almacén de módulos nucleares de energía, adaptable a cualquiera de nuestros vehículos espaciales o a las plantas de potencia, construidas en Tildrich. Bagur-Sho está en poder de Boe Widiard, que recientemente fue ascendido a coronel. Un error: en cuanto tuvo el poder sobre el planeta, Widiard comenzó a pensar que podría erigirse en emperador de las I ades.
A pesar de toda la información que estaba recibiendo, Kenorak se dijo que Boe Widiard no le resultaba del todo antipático.
En los primeros fotogramas había estudiado a Widiard muy a la ligera.
Era alto, casi tanto como los tildrichen. Sus rubios cabellos ondeaban al viento como un halo dorado encuadrando un rostro alargado, de barbilla puntiaguda, boca de labios firmes y duros, plegados en una sonrisa, y ojos azules, metálicos, capace s de captar cualquier voluntad.
En la pantalla del movie-play seguían dándose datos sobre Widiard. Era norteamericano, aunque de procedencia teutona. Su genealogía se alargaba hasta el insigne y controvertido canciller Otto Bismarck, apodado el «Canciller de Hierro», un formidable militar que se había hecho famoso seis siglos atrás.
—Vea a este hombre —la voz de Mashlyn interrumpió sus pensamientos—. Es Romano Lettera. Italiano, treinta y dos años. Fugado de un campo de condenados cercano a Anseghem, próximo a Bruselas (Bélgica). Lettera , convicto y confeso de haber realizado espionaje en la Tierra, a expensas de Wom Mordee de Huyiax, logró escapar y ocultarse en una de las naves-transporte con destino a Tildrich. Romano Lettera se ha ganado la...
(...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario