sábado, 12 de junio de 2021

Novelas de bolsillo de Autores Extremeños: "El enigma de Yamarai" (Ciencia Ficción)

   Autor:
Kelltom McIntire.

Barcelona, 1982, 

Ed. Bruguera.
95 páginas. 

Colección: "La Conquista del Espacio", nº 609.
Cubierta: Bernal.

Rústica.
15x10.5 cms.
Precio:50 pesetas.

El autor:
Kelltom McIntire (seudónimo de José León Domínguez) nació en Higuera la Real, en 1937.

Ejemplar adquirido en "El Rastro" de Madrid, mayo de 1982.
Con índice bibliográfico: bacte478.
25p.

(BE-1978)


agitaba como un muchacho y un halo luminoso rodeaba su cuerpo al despedir miles de gotitas de agua.
    Luego... se inclinaba, recogía su minúsculo slip que despedía brillantes destellos dorados, se vestía y ... seguía caminando por aquel mundo fantástico y dinámico, en que el paisaje — ¿ la decoración? — cambiaba a cada instante, se transformaba, bullía, cobraba nueva vida e inconmensurables dimensiones.
    — Sé que te convenceré finalmente, Joanna. ¡ Óyeme ! — la voz de Mike se tornó súbitamente imperiosa — . Tienes que oírme. Es preciso que domines tu ceguera y te libres de esas cadenas. Porque... tú misma estás esclavizándote, Joanna. Quizá sea una reminiscencia ancestral, pues tú desciendes de africanos ... Sin embargo, tu voluntad debe imponerse. No te cierres en ti misma, no reduzcas tu libertad voluntariamente. ¡Da rienda libre a tu espíritu, desarrolla tu fantasía!
     
     
    Capítulo III
     
    Despertó dolorosamente cuando sintió sobre sí unas tibias manos.
    Abrió los ojos y vio a Wanda, que estaba abriendo los candados y retirando las cadenas de acero.
    De repente, Joanna se echó a llorar.
    Su enfermera jefe se quedó de una pieza.
    — ¿Por qué sollozas?
    Joanna no respondió. ¿Quién podía tener sensibilidad para comprender su estado de ánimo?
    El de aquella noche había sido un sueño — o una alucinación, tanto da — maravilloso . Durante el tiempo que había durado, la doctora Baxter había gozado del éxtasis, del placer y de la gloria.
    Quizá Wanda, la solícita y servicial Wanda, había interrumpido el hermoso sueño s in querer. Pero ahora no valía lamentarse ya , la hermosa visión había terminado.
    Wanda le había tomado el brazo izquierdo.
    — Pero, ¿Qué le ha ocurrido a tu antebrazo?
    Joanna inclinó los ojos y vio los profundos arañazos en su piel. Algunos de ellos habían estado a punto de segar las venas que riegan la mano.
    Para cualquier persona normal, aquellos arañazos podían ser la prueba de que Joanna no había sufrido una alucinación, s in o que había experimentado «una percepción extrasensorial».
    Sin embargo, la doctora Baxter poseía muchas experiencias relacionadas con las bromas que suele gastar la mente. Un paranoico, por ejemplo, es capaz de crearse una historia a su medida, creerla sinceramente y rodearla de todos los complementos necesarios. Como los arañazos de su brazo.
    Libre ya de las cadenas que se había impuesto a sí misma, quiso ponerse en pie, pero las rodillas se le doblaron y hubo de de jarse caer nuevamente sobre el l echo.
    ¡Qué débil se sentía...!
    El delirio de la noche anterior, evidentemente. Atraída por las visiones, Joanna se habría excitado hasta el paroxismo, luchado locamente contra sus ataduras, esforzado hasta la extenuación.
    — Espera — la calmó Wanda López — . Te pondré una inyección.
    Salió de la cabina y volvió a los pocos minutos. Joanna se plegó dócilmente a la inyección, porque sabía que sin aquella solución reanimadora sería incapaz de mantenerse en pie.
    Descansó unos minutos.
    — ¿Mejor? — preguntó amablemente Wanda.
    La ayudó a ponerse en pie, pero ya no era necesaria su ayuda. La doctora Baxter podía valerse por sí misma.
    Wanda abandonó la cabina y Joanna empujó la disimulada puerta del cuarto de aseo y se puso bajo los chorros de la ducha.
    Cuando salió tenía un aspecto radiante. Su fachada normal, la de todos los días a pesar de que se sentía muerta por dentro.
    Mientras caminaba pasillo adelante pensaba que ni siquiera el erotismo ni el sexo valían nada contra la nostalgia.
    Porque Joanna no había sido fiel a Mike Eastman después de la muerte de éste. Loca de dolor, de frustración, se había relacionado íntimamente con otros individuos de la base Moontown.
    Probablemente, con ello no buscaba otra cosa que una violenta ruptura con el recuerdo atormentador y obsesivo de Mike. Era corno si al entregarse a otro s hombres la imagen de Mike se rompiera en mil pedazos y desapareciera.
    En teoría, solamente. Porque el efecto concreto fue muy diferente. Era cierto, necesitaba compañía y afecto humanos, pero en el fondo de su corazón, en el centro de su memoria y dominándolo todo, seguía Michael Eastman.
    Al cabo, había cortado en seco aquellos contactos carnales que no bastaban ni mucho menos para arrinconar el latente recuerdo de Mike.
    Penetró en el hospital.
    Como hacía cada mañana, fue a ver a Bob Domínguez. Se asustó al verle.
    El decaimiento físico de aquel hombre era más que evidente. Su pe cho estaba totalmente hundido y podían contársele las costillas sin dificultad.
    ¿Las costillas? En realidad, Bob podía servir como modelo viviente para estudiar Anatomía Humana. Todos sus huesos parecían en relieve.
    J unto al enfermo estaba Adelina Chiardoni, una de las más expertas enfermeras.
    — Se muere, ¿verdad?
    Joanna asintió con un gesto mudo.
    Miró a Adelina. La guapa muchacha había perdido toda su lozanía y su belleza desde que Bob Domínguez fuera hospitalizado.
    No había que hacer preguntas, no era preciso escarbar en los sentimientos de los demás. Bastaba mirar a Adelina Chiardoni para comprender que estaba enamorada del ingeniero de servicios.
    Lo más espeluznante era que Adelina sabía que su amor no tenía esperanza. Domínguez moriría, más pronto o más tarde.
    Como cada mañana, Joanna anotó unas prescripciones para Bob y luego recorrió las restantes salas del hospital.
    Más tarde encontró a Adelina en el comedor. La muchacha tenía su bandeja en una mesa separada y Joanna , compadecida, se acercó a ella.
    — ¿Me permites?
    Adelina no comía nada. O comía como un pajarito. Cuando Joanna terminó su menú, inició el movimiento necesario para incorporarse. Pero la frenó la voz de Adelina.
    — Doctora Baxter.
    Tornó a sentarse.
    — ¿Sí, Adelina?
    — No quiero causarle más preocupaciones, pero...
    — Adelante, sigue...
    — Anoche permanecieron...

(...)


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