Autor:
Kelltom McIntire.
Ed. Bruguera.
95 páginas.
Colección: "La Conquista del Espacio", nº 353.
Cubierta: Alberto Pujolar.
Rústica.
15x10.5 cms.
Precio 25 pesetas.
El autor:
Kelltom McIntire (seudónimo de José León Domínguez) nació en Higuera la Real, en 1937.
Ejemplar adquirido en "El Rastro" de Madrid, febrero de 1983.
Con índice bibliográfico: bacte678.
25p.
(BE-1999)
Capítulo primero
El World Club [1] comenzó a funcionar el primero de enero de mil novecientos noventa y ocho.
El World dispuso en seguida de locales sociales en Washington, México, Londres, París, Madrid, Roma, Bonn, Estocolmo, Tel -Aviv, El Cairo y Nairobi.
Los World Clubs se hicieron famosos en pocos meses. Tanto o más que los célebres clubs Play - Boy.
Había razones suficientes para ello comenzando por la cuota que debía satisfacer cada persona antes de ser considerado socio.
En cuanto a la cuota, era única. Debería ser pagada de una sola vez, y los socios, una vez efectuado el pago, no estarían obligados a satisfacer cantidad alguna posteriormente.
Claro que la cuota única del World Club era de un millón de dólares.
Naturalmente, el World estaba llamado a ser un club de minorías selectas. Por la sencilla pero elocuente razón de que cualquier persona no dispone de un millón de dólares para convertirse en flamante socio del club.
Sin embargo, el treinta y uno de enero del mismo año, el World contaba ya con la estimable cifra de cuatro mil socios.
Es decir, la administración de la sociedad mundial contaba ya con la nada despreciable cantidad de cuatro mil millones de dólares.
Míster James Kenhare, el secretario general, esperaba multiplicar por diez los cuatro mil millones antes de que hubiera terminado el primer semestre de 1998.
Aparentemente, la cabeza visible de la asociación mundial era James Kenhare, un elegante londinense de cuarenta años, considerado como célebre play - man en los círculos mundiales de moda.
El World estaba considerado como un centro creado por millonarios caprichosos con el fin de disponer de una red de lujosos locales de recreo en las más importantes ciudades del mundo.
Pero todo ello, como el mismo James Kenhare, sólo era la máscara bajo la cual se ocultaban las verdaderas intenciones del World Club.
Para entenderlo mejor, sería necesario recordar que en abril de 1989 habían tenido lugar luctuosos y extraños sucesos en la Tierra.
Durante la noche del 17 al 18 de abril, se hundieron en el Atlántico las Islas Canarias, las Madeira, Cabo Verde, Barbados, Fernando Poo y adyacentes y otras numerosas islas e islotes de la cornisa atlántica oriental, desde el norte hasta el sur .
El 21 de abril, Madagascar y las restantes islas del Índico quedaron reducidas a un tercio de su superficie total, como consecuencia de la increíble altura alcanzada por la violenta pleamar de aquella fecha.
El 23, la violencia de las aguas sumergió casi en su totalidad las islas Hawai, de cuya superficie apenas emergieron sobre las aguas los picachos de sus más elevadas montañas.
También en la misma fecha, desapareció prácticamente Japón. De las islas Hondo, Shikoku, Kiushiu y Hokka ido y las restantes quinientas islas que componían el archipiélago nipón, apenas quedaron pequeños islotes sin cubrir por las aguas.
En todos los océanos y mares, las aguas marinas se elevaron cincuenta metros y los litorales de todos los países sobre la Tierra retrocedieron centenares de kilómetros tierra adentro.
Hubo millones de muertos y las pérdida s fueron tan enormes, que muchos países se arruinaron y prácticamente desaparecieron.
El mapamundi hubo de ser rectificado, de la misma forma que los límites de los países limítrofes con mares y océanos.
En los países más afectados, las enfermedades diezmaron a la población y el hambre y la miseria se extendieron sobre la faz de la Tierra.
¿Qué había ocurrido?
Sencillamente, los hielos del Ártico y del Antártico se habían fundido y las aguas resultantes habían elevado la superficie de los mares y anegado las islas y continentes, remodelando a su capricho la Tierra.
Los más famosos científicos se ocuparon del asunto, pero ninguno de ellos supo explicar en virtud de qué raro fenómeno se habían fundido las formidables masas polares.
Knut Gudsen, un famoso geofísico, aseguró a través de la televisión , que los mares y océanos no bajarían a su antiguo nivel hasta que transcurriera un milenio.
Lo cual, evidentemente, no sirvió de consuelo a nadie.
La reducción que sufrió la superficie terrestre acortó en más de un tercio los recursos económicos del globo. Naturalmente, a menor superficie , menor producción en todos los órdenes.
Los países continentales, sin litoral, o con gran superficie, fueron los más afortunados, puesto que dispusieron de mayores recursos. Pero la mayoría se vieron al borde de la ruina, de la desolación y de la muerte.
Poco más de diez años después, surgió el World Club.
Su aparición no fue bien acogida por la opinión mundial. Parecía el colmo de la frivolidad crear un club de millonarios precisamente cuando la mayor parte de la población terrestre se veía sometida a miserias y calamidades sin cuento. .
Lo cierto es que bajo el barniz de frivolidad de los lujosos locales , se escondía algo más práctico y menos intrascendente.
Porque el día 10 de enero de 1998, el club comenzó la construcción de ciertas instalaciones situadas en los terrenos que el círculo había adquirido en las Montañas Rocosas.
El lugar, apartado de las principales carreteras y núcleos de población, estaba localizado a dos mil metros sobre el nivel del mar, en un paraje tan inhóspito. y salvaje, que la construcción de las instalaciones del World pasaron fácilmente desapercibidas para los ciudadanos y las autoridades de Estados Unidos de América.
El hombre que en verdad dirigía el World Club se llamaba Christopher F o x y era un antiguo astronauta.
Fox se había hecho famoso a principios de los años ochenta, a raíz de su regreso de un viaje espacial que duró más de un año.
Nadie sabía qué era Fox , en realidad.
¿Un científico, un iluminado, un embaucador?
Tras su viaje espacial, Fox había recorrido el mundo tratando de convencer a la humanidad de que el fin del mundo estaba próximo y todos debían estar dispuestos a morir hacia finales de diciembre de 1999.
El hecho de que Fox observase unas costumbres ciertamente estrambóticas — no permitía que nadie le tocase ni se aproximase a menos de un metro de distancia — y la especial y misteriosa aura que le rodeaba, como participante en una de las aventuras espaciales más grandes de la Humanidad, le habían producido un cierto número de adictos y seguidores, que fueron precisamente los fundadores del World Club.
Transcurrido el Año de la Desolación de 1989, todos los países se afanaban en reconstruir sus débiles economías y se dedicaban de lleno a la investigación, como única esperanza de resurgimiento.
Los transportes de toda índole, el comercio y la industria habían sufrido un terrible colapso. Millones de personas habían abandonado las ciudades y huido al campo y a las montañas, en una fuga desesperada hacia la supervivencia que recordaba las costumbres prehistóricas.
Pero en Europa, América y en Asia quedaban muchas personas con recursos económicos y de toda índole, dispuestos a unirse para hacer frente a cualquier catástrofe futura.
Era lógico.
Los enormes volúmenes de hielo de los Polos· se habían fundido inexplicablemente. Comprobado esto, cualquier desastre futuro era de prever.
El miedo, la angustia y la incertidumbre habían prendido en todos los corazones.
Y así, los pobres huían al campo y a las montañas y tornaban a las costumbres silvestres de sus antepasados, mientras los ricos se reunían en asociaciones y círculos, buscando una manera de protegerse de cualquier posible cataclismo.
El World Club, por su parte, seguía obteniendo centenares de socios. Los recur sos económicos de la sociedad subían a cifras astronómicas, lo que permitía a sus dirigentes contratar a millares de personas entre las que se contaban los más destacados físicos, ingenieros e investigadores de todo el orbe.
Los locales internacionales del World seguían funcionando en todo el mundo como centros de refinado placer, pero en las Montañas Rocosas, millares de técnicos se afanaban día y noche en algo muy diferente.
En febrero de 1998 se organizó en Londres la WAFDA, que componían delegaciones técnicas de todas las naciones. El principal objetivo de la WAFDA era el estudio y la prevención de posibles desastres.
Contando con la unión de casi todas las naciones, la WAFDA poseía recursos económicos insuperables y pronto se hizo tan famosa como los célebres Wor d Clubs.
La misión número uno de la WAFDA consistía en averiguar el origen de la fusión de las masas polares.
El informe sobre tal fenómeno estuvo listo para ser presentado a mister Arnold Spencer, presidente de la WAFDA, a finales del mes de marzo de 1998.
— No existe explicación racional para el fenómeno de la fusión del Ártico y el Antártico. No existen en nuestro planeta fuerzas naturales suficientes para conseguir unos resultados tan terribles. Tampoco se debe a experiencias científicas de orden terrestre (explosiones nucleares, por ejemplo), como algunos especuladores informativos habían insinuado.
Spencer se impacientó al conocer un informe tan insustancial.
— ¿Quiere esto decir que seguimos como al principio? Es decir, ¿ignoramos por completo el origen del fenómeno que asoló la Tierra en 1989? — inquirió, exasperado.
Knut Gudsen, que formaba parte de la misión número Uno, pronunció con gravedad:
— Algo hemos averiguado. Según nuestros cálculos, sólo intrusos extraterrestres serían capaces de llevar, a cabo una empresa semejante a la fusión de los Polos.
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